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ROSALÍA AGUDÍN
Domingo, 5 de junio 2022, 00:19
Yolanda Vidal siente auténtica devoción por la música, algo que heredó de su padre porque desde bien pequeña la llevó a numerosos conciertos en Mieres. Tal es su pasión que hizo de ella su forma de vida. Hasta que la esclerosis múltiple la obligó, primero, ... a bajarse de los escenarios; y después a dejar el Conservatorio Superior de Música. Ahora está jubilada por invalidez. Sin embargo, no se pierde ninguna función y con su silla de ruedas recorre el mundo junto a su marido, Alfonso, y su hijo, Álvaro.
Vidal nació el 18 de noviembre de 1969. Es una fecha aproximada, porque la abandonaron en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) el día 20 y los médicos determinaron que tenía dos días de vida. Fue adoptada por Manuel y Paquita, sus padres, y explica que nunca se ha planteado buscar sus orígenes. Tampoco sabe cómo hubiese sido su vida si esta situación no hubiese ocurrido.
Pasó una infancia feliz en Mieres, donde vivió hasta los 14 años. Fue al colegio de las Dominicas y estudió primero de BUP en el Fernando Quirós, pero con la jubilación de su padre la familia se mudó a Oviedo y la escolarizaron en el instituto Aramo. Unos estudios que compatibilizó con aprender a tocar el piano. «Empecé a tocar este instrumento con 7 u 8 años y lo hice por enseñanza libre; venía al Conservatorio para examinarme».
Lo que empezó siendo una afición acabó como una profesión. Estudió el Grado Superior en San Sebastián porque «aquí no lo había». Un esfuerzo tanto para ella como para su padre: «En el instituto me dejaban irme un día cada dos semanas. Salíamos a las dos de la mañana, daba todas las clases y luego volvíamos». Si podían iban los viernes, porque acabábamos «molidos».
Esto le hizo pasar una adolescencia «un poco distinta». A las horas de estudio entre libros le sumó las horas de práctica con el instrumento. «Primero tuve un piano, que aún conservo, y luego el de cola». Comenzó la carrera de Musicología, pero no la acabó, porque con 19 años aprobó la oposición para dar clases.
Así, estuvo desde 1989 hasta 2004 en el Conservatorio Profesional y el resto del tiempo en el Superior. Hasta que el año 2000 le cambió la vida: «Tenía 30 años e iba caminando por la calle Uría y me desmayé». Despertó rodeada de un grupo de personas y se trasladó en un taxi hasta el hospital. «El médico me dijo que tenía o esclerosis múltiple o un tumor cerebral». Se acabó confirmando el primer diagnóstico y fue «un mazazo». Se imaginaba en silla de ruedas y sin poder tocar, pero la enfermedad fue más lenta de lo que imaginaba en un principio. Siguió viajando y protagonizando conciertos, a pesar de que fue difícil compaginarlo con la docencia por las normas que hay en vigor.
A su marido lo conoció en un avión y tienen un hijo de 11 años. Tras el parto, la enfermedad se recrudeció y se bajó de los escenarios hace ahora diez años, tras un recital en Oviedo. El Conservatorio lo dejó para pasar a ser concejala, un cargo del que dimitió en diciembre de 2020. Ahora está jubilada.
Entre sus pasiones está viajar con su familia a todos los rincones del mundo. Y ya piensa en un nuevo destino: Turquía está entre sus planes.
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