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RAFAEL FRANCÉS
Domingo, 23 de octubre 2022, 01:04
Amable, educado, entusiasta, positivo, muy jesuita, melómano, dialogante, familiar y, sobre todo, muy pasional en aquello que hace. Juan Carlos Rodríguez-Ovejero (Oviedo, 1952) es un carbayón que nació en la calle Uría, que estudió en los jesuitas «en Doctor Casal y Cervantes», ingeniería de ... Minas en Independencia -que ahora está en solfa-, y que dio sus primero pasos profesionales en minas de Colorado: «Concretamente en Golden, que era una mina de oro en las faldas de las Montañas Rocosas». Hijo de Luis, veterinario, y Pilar, está casado con Montaña, a la que conoció «en una boda en Gijón, previa presentación de nuestras madres», reconoce. «Mi matrimonio ha sido la gran suerte de mi vida junto con mis hijos. Es verdad que no ha sido un camino de rosas pero este viaje está mereciendo absolutamente la pena».
Como niño de la calle Uría, sus primero pasos y juegos «los dábamos en el Campo San Francisco y en el campo de maniobras», donde ahora está el edificio de los Juzgados. Buen estudiante, pasó el Bachillerato con los jesuitas, «que me dieron una educación magnífica. De hecho, las matemáticas que me enseñó un profesor como don Alfonso me sirvieron completamente en mi vida profesional». Eso sí, como buen ovetense de su época pasó por los 'boy-scouts' y subía a esquiar, otra de sus pasiones, junto con la ópera el trabajo y la familia, a Pajares en el autobús de las ocho de la mañana, para el que «comprábamos los billetes en la zapatería Garrido»
De su época universitaria recuerda «tener que estudiar mucho porque nada se consigue sin esfuerzo», y salir poco aunque cuando podía frecuentaba a los «grupos inquietos de la Universidad. No participé en los asuntos pero estaba cercano a las tertulias de Casa Tuto y lugares así. Siempre en la estela de Emilio Sagi o Julio Galán. Eso sí, para acabar muchas mañanas con un vinito en El Manantial, en la calle San Bernabé».
Ahí, en la Escuela de Minas, se da cuenta de la importancia de los idiomas para la vida profesional y se va algún verano a Londres a «lavar platos y aprender inglés».
De ahí, ya con la carrera finalizada a Colorado. «En Estados Unidos aprendí mucho de la vida, de la necesidad de esforzarte para salir adelante, de la importancia del trabajo en equipo, de la unidad para conseguir grandes objetivos. Allí me cambió el chip».
El periplo americano acaba con su vuelta a Madrid para trabajar en lo que ahora es Repsol y después de cuatro años surge la oportunidad de «volver a Asturias y entrar por concurso-oposición en el Instituto de Fomento regional (IFR), bajo el mandato de Pedro de Silva, hasta que en 1990 salté a Dupont, donde me quedé durante treinta años». «De Dupont me quedo con los valores del esfuerzo y con el trabajo en equipo, que es lo fundamental para triunfar y es lo que necesita Asturias, mucho trabajo y mucha unión».
Queda al final la historia de su amor por la ópera, de sobra conocida, aunque recuerda que sucedió a Jaime Martínez al frente de la Ópera de Oviedo. «Dejó el listón muy alto pero aquí seguimos, siempre como equipo que intenta crecer».
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