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G. D. -R.
OVIEDO.
Jueves, 25 de abril 2019, 01:39
Conocemos a los neandertales tan bien, que los interrogantes sobre su desaparición y la llegada del hombre moderno siguen encendiendo los debates entre los paleontropólogos. Son cosas que pasaron a caballo entre el Paleolítico Medio y el Superior, entre hace 40.000 y 30.000 años, cuando Asturias alternaba periodos muy fríos y otros más templados. Mamuts y rinocerontes lanudos, pero también caballos y megaloceros. Faunas que hablan de ambientes muy distintos, del ocaso de los neandertales y la llegada del homo sapiens.
A escasa distancia del hallazgo anunciado ayer, en Olloniego, el abrigo de La Viña une y mezcla las dos culturas, las dos especies humanas. Además de grabados, en el entorno de este enclave los paleoantropólogos desenterraron una historia de evolución cultural en la que neandertales y sapiens casi habrían convivido hace 35.000 años. El trabajo de décadas de Javier Fortea apuntó lo contrario. Hoy se cree que la mixtura de restos musterienses y de los nuevos modos industriales del Paleolítico Superior propios de los hombres modernos en el yacimiento de La Manzaneda es fruto de la mezcla de los estratos y que ambas especies nunca coincidieron. O sí, porque el año pasado una investigación internacional estableció mediante radiocarbono que sapiens y neandertales pudieron convivir en la cornisa cantábrica hasta un millar de años. En términos prehistóricos, un parpadeo que parece apuntar que los últimos neandertales asturianos se extinguieron antes de que llegasen los altos y aniñados sapiens, pero que no excluye un encuentro fugaz. Porque los neandertales nos fascinan. De ellos creemos saberlo casi todo. Es la especie humana, quitando a la que escribe y lee esto, que mejor conocemos: una de las mujeres del Sidrón era pelirroja, casi todos eran diestros... secuenciamos su genoma, tenemos parte de ellos en nuestros genes. Y aún así todos los años aprendemos algo más. Solo en 2018, descubrimos que sabían usar el fuego, que se cruzaron (también) con los denisovanos, que cuidaban de sus discapacitados o que pintaron, hace más de 64.000 años, las paredes de tres cuevas españolas. Quién sabe qué novedades del pasado traerá este 2019.
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