Tiene «remango» pero es tímida. Es valiente y callada. Observa mucho y mira a los ojos, engancha. Escruta su alrededor, sonríe mucho y asegura que es soñadora. Se expresa con soltura eligiendo bien las palabras en cada momento. Políglota, artista, independiente, con predilección por los detalles y siempre con una palabra amable para salir de los atolladeros. Además, trabaja en el transepto que une el Palacio Arzobispal con la Catedral donde está su taller. Muy ordenado, por cierto. Lejos de la imagen que se tiene de un taller de artista, o al menos como lo pintan las películas. Un lujo para lugar de trabajo «pese a que es muy ruidoso a veces porque debajo se ponen los grupos de turistas con el megáfono del guía».
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Paula Sánchez Ablanedo (Oviedo, 1974) es restauradora y desde hace años compagina labores en la Catedral con otras en el Museo de la Iglesia. Hija de Santiago y Elena, Hermana de Elena y Lucía y madre Verónica. Nació en Maternidad y toda su infancia la pasó entre la gran terraza de la casa de sus padres en El Cristo porque «venían mis amigas a jugar y hasta se podía montar en bici» y el colegio Baudilio Arce «que en aquella época era un colegio piloto».
Su infancia fue «muy feliz» aunque la juventud no tanto porque «yo quería ser mayor todo el rato. No me encontré a gusto hasta que no fui a la Universidad y empecé a tomar las riendas de mi vida». Estudió Restauración en Pontevedra, «no hice Bellas Artes porque me gusta estar en un segundo plano y me parecía que Bellas Artes era más de sumir protagonismo».
Su primer trabajo profesional fue en Villanueva de Formalicao (Portugal) y aunque «me ofrecieron quedarme, pensé que necesitaba trabajar con más gente diferente y aprender de la gente que sabe». Es decir, ha trabajado en Andalucía, Castilla y León, Extremadura y Asturias. Por poco no hace un bacarrá de comunidades autónomas.
«Llegó un momento en que me di cuenta que tenía que asumir responsabilidades y que ya estaba suficientemente formada así que me vine a Asturias», corría el año 1992. Durante años trabajó para diferentes empresas hasta que en 2018 montó su propia empresa de restauración 'Conbic' y ahí sigue con su labor «ahora realizando la restauración del fondo pictórico».
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Cuando no trabaja «disfruta de la vida» aunque no es de aglomeraciones y muchos líos. «Me gustan los pueblos y las playas desde las que no se ven los coches. No me canso de ver el mar».
Lo último que leyó fue 'El tambor de hojalata', de Günter Grass aunque «suelo leer de lo mío». Si trabaja y pone música escucha a Bach pero si quiere algo con más marcha se pone los cascos para no molestar y le a 'Arde Bogotá' o reguetón «porque a mi hija le gusta». Le encanta la ópera y ha sido figurante en otros tiempos en algunas funciones. «En Oviedo conocí a Alfredo Kraus que me llamó la atención porque estaba atento a todos los detalles».
Restaura y embellece. Sonríe y huye de las aglomeraciones. Y se pasa la vida entre cuadros. No está nada mal.
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