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Aprovecho, claro está, la reciente conmemoración del 8 de marzo para elogiar, aunque cualquier fecha valdría, el papel de las mujeres a quienes debo tanto, hasta la vida, y cuya laboriosidad, a veces con grandes esfuerzos en lo que ahora llamamos conciliación, es digna de ... ser celebrada sin acotaciones de calendario.
Es más: esta moda de asociar un día a un episodio, gesto o situación de vulnerabilidad, me produce una cierta dosis de escepticismo, por lo que en ocasiones -no es el caso del Día Internacional de la Mujer, más que centenario-, tiene de vinculación a lo comercial, al consumismo asociado a una celebración. El padre, la madre, los diversos animales, los patronos laborales y tantas cosas más se suman a las fiestas oficiales, cumpleaños y onomásticas y ese copar el calendario, tiende a igualar y minimizar lo que son recuerdos de importancia histórica.
Pongo un ejemplo, algo frívolo, antes de entrar en materia: el 20 de febrero es el Día del Gato, recordando a 'Socks', el gato de Bill Clinton, por su muerte, en 2009. Algo de ayer por la mañana, pero sabido es lo mucho que puede la influencia de lo yanqui... Curiosamente, en mi familia, siempre recordamos en esa fecha al adorado felino de mi abuelo materno, que se dejó morir el mismo día de 1937. Por cierto, este abuelo mío, uno de los 21 padres de la Constitución de 1931, la que reconoció el sufragio a la mujer, era un feminista hasta exagerado para la época. Pero no es cosa de tirar de anecdotarios sin importancia.
Hoy, 12 de marzo, también la Oftalmología celebra algo. Concretamente, el Día Internacional del Glaucoma y la mención a esta patología sólo debe llevarnos a luchar por la mejor financiación de la investigación, en todos sus campos, empezando por el biosanitario.
Yo, lo dije al comienzo, sólo conocí a una abuela trabajadora frente a todas las adversidades políticas y de salud; a una madre -que muchos autobuses hubo de tomar- y a unas tías que se multiplicaron para trabajar en casa y fuera de ella; a compañeras de estudio, trabajo y vida con un mérito excepcional y a numerosas promociones de estudiantes, en tres universidades distintas, en las que las mujeres, en muchas ocasiones, dejaban muy cortos mis conocimientos y capacidades. Este pasado viernes, se defendió una tesis por mí dirigida, que hace la número 23 en mi curriculum. La nueva doctora, como otras 14 más, es una señora con un historial profesional impresionante. Y al lado de todas las mujeres a las que vengo admirando, nunca faltaron ejemplos masculinos de corresponsabilidad y convicción acerca de la igualdad efectiva de géneros.
Vivo al lado de un colegio y puedo dar fe, aunque esto lo vemos todos, de que la imagen de las madres acompañando a la escuela a sus vástagos sin presencia masculina ha pasado a la historia. Yo ya veo tantos padres como madres haciendo esta labor y, salvo casos penosos e irredimibles, la compartición de tareas es algo perfectamente asumido, en mayor o menor medida.
Y ese es el camino. Sin bajar la guardia, pero sin olvidar que hay precedentes y esfuerzos en pos de la igualdad producidos en tiempos mucho más difíciles. Ayer, de pasada, en este mismo diario, tuve un recuerdo para nuestras primeras médicas asturianas, las doctoras Fernández de la Vega, nacidas en Vegadeo; las Agnódice de nuestra tierra. Personaje, este último, sobre el que, a finales de enero, pronunció una extraordinaria conferencia en la Real Academia de Medicina del Principado, el profesor Francisco Javier Ferrer. En esa época y aún muchos siglos después, el vestirse de hombre no era una diversión carnavalera. Gracias, pues, por tantas batallas ganadas, que han sido pedagogía de calidad para los varones por más que algunas lacras criminales no remitan.
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