Ni esta columna pertenece a una sección de deportes ni yo soy dado, pese a mi afición, a escribir de fútbol, cosa que no habré hecho ni media docena de veces en mi vida. Y tampoco estas líneas van, como mis 'Historias vividas' de los ... domingos, del anecdotario personal.
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Dicho lo anterior, hago hoy, en parte, una excepción porque puede tener algún interés lo que voy a contar, resumidamente, más allá del forofismo carbayón. Y aprovecho que, el pasado miércoles, en un acto muy bien organizado por el Real Oviedo, se entregaron las insignias de oro de la entidad a un nutrido grupo de abonados por su fidelidad ininterrumpida durante 50 años -y, en dos casos, 75- al club. A mí, por cosas de la pandemia, me llegó la distinción con dos años de retraso, ya que, en 1971, siendo alumno del Alfonso II, bajé unos metros, en la calle Santa Cruz, para inscribirme. Y esa temporada ascendió el Oviedo. Pero eso es lo de menos, igual que mi propia afición que es, aún, más antigua, ya que, de muy niño, por invitaciones en la escuela o por la generosidad de un tío, fui muchas veces al Tartiere.
Me centro en la lealtad, sin solución de continuidad, a un equipo que estuvo a punto de desaparecer en 2003. La historia, aunque hayan pasado veinte años, es bien conocida: ante la situación dramática de una sociedad anónima denunciada por impagos, con el presidente dimitido por una tentativa política y con dos descensos acumulados, deportivo y administrativo, el alcalde Gabino de Lorenzo, dio por muerto al Real Oviedo e ideó la creación de lo que la afición llamó un 'engendro', transformando el venerable Astur en el Oviedo ACF y copiando sus colores, así como reclutando para la causa a personas con pasado ilustre en el oviedismo. Bien conocida fue la reacción de la afición azul, ya bastante enojada con el derribo del viejo campo de Buenavista, y cómo, de forma heroica y con personas modélicas, como Manuel Lafuente Robledo, el Oviedo sobrevivió, pese a muchos sobresaltos y alguna golfería, y acabó rescatado con el aliento y la generosidad, que nunca debe olvidarse, del Grupo Carso. De ahí a la actual posición mayoritaria de Pachuca en el accionariado, es todo bien sabido y sólo cabe esperar que, como cuando yo me inscribí, el equipo de la ciudad suba a Primera División antes de su centenario, ya que no podrá ser ahora, cuando se cumplen los noventa años de su primer ascenso.
Pero, en honor a la verdad, quiero trasladar, como testigo privilegiado, lo que viví en los prolegómenos de la gran equivocación de Gabino de Lorenzo. Y no pretende ser esto un atenuante de su temeraria operación, sino, simplemente, la verdad. Hace exactamente veinte años, yo aún era portavoz del Grupo Municipal Socialista en el Ayuntamiento y candidato en las inminentes elecciones locales. Las hemerotecas pueden dar fe, de pe a pa, de lo que cuento a continuación. Gabino anunció su propósito de dar por enterrado al Real Oviedo y crear un sucedáneo y, no sólo en la sociedad, sino en el propio Ayuntamiento, fuimos no pocos los que le pedimos que no lo hiciera, ya que aún cabía la esperanza de que el club no dejara de respirar. Y lo que es menos conocido: ante una manifestación mía en ese sentido, el alcalde, no sé si de boquilla o sinceramente, me dijo que teníamos la oportunidad de buscar apoyos para lograr la viabilidad del club. Y lo cierto es que, aparentemente, suspendió unas semanas la operación. En ese tiempo, mi compañero de grupo Alfonso Camba, que había sido director de Deportes de la Universidad (luego, sería presidente de la SOF) y yo, hablamos con personas del ámbito empresarial arraigadas en Asturias, con entidades de crédito y con gestores públicos de otros niveles, pero, sin olvidar a quienes ni nos recibieron, nadie movió un dedo por el Real Oviedo. Quizá, en algún caso, por no querer contrariar la voluntad anunciada del alcalde.
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Llegaron las elecciones y, tras unos resultados que no fueron los esperados en mi formación, yo cedí mi acta y me vine para casa (la Universidad nunca la dejé). Al poco tiempo, la campaña del ACF se manifestó a bombo y platillo, con fotos de algunos que ya no están y de otros que quisieran no haber estado. Todos nos entendemos.
Como simple abonado, sólo me quedó remar muy modestamente con la afición azul, darle mi firma a mi compañero Manuel Lafuente y reclutar cuatro abonados más en mi familia. Y hasta el día de hoy. Eso sí: cuando veo en el estadio de La Ería un rótulo publicitario de alguna entidad que miró para otro lado en 2003, no dejo de irritarme, igual que me pasa con algunos políticos conversos que ni siquiera invocan el manido derecho a equivocarse.
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