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Eduardo Quesada Alonso, en su óptica de la calle de San Bernabé. PABLO LORENZANA
El hombre que cultiva los sentidos

El hombre que cultiva los sentidos

Curiosidad. Gourmet, óptico, audiólogo y con buen toque al volante de los coches rápidos. Tranquilo y nervioso al mismo tiempo, fue de los primeros y de los únicos que circuló en bici por la 'Y' . De niño se sentaba en la terraza del aeropuerto a admirar cómo despegaban los aviones

RAFAEL FRANCÉS

Domingo, 9 de julio 2023, 01:05

Es un compendio de sentidos. Le encanta la buena mesa -es decir, el gusto y el olfato-; tiene dos ópticas -la vista-; está especializado en Audiología -el oído-, y el tacto lo ha ido perfeccionando con su gusto por la velocidad y los coches rápidos; tiene toque al volante.

De niño, en el colegio Loyola.

Eduardo Quesada Alonso (Oviedo, 1964) es alto, delgado, cuidadoso, ordenado, nervioso y tranquilo al mismo tiempo, de la misma forma que es un tío alegre con ojos tristes. No es de muchos cambios y pasa por la vida con la satisfacción de lo conseguido, la seguridad de haber disfrutado, el deseo de que las cosas vayan a mejor y tener «buena salud porque ya estoy en una edad en la que hay que tener cuidado».

Con sus padres, en un viaje en avión a Canarias.

Como casi todos los ovetenses de su generación nació en el Sanatorio Blanco. Hasta los cinco años vivió en San Bernabé y luego en la calle Plácido Arango, «aunque en aquellos años se llamaba General Yagüe». Estudió en párvulos en La Milagrosa «y luego en el Loyola, colegio al que fui algo preocupado porque era zurdo y pensaba que me iban a obligar a escribir con la derecha, pero no fue así».

El día que entró en el Rotary Club.

Niño de parroquia, San Juan, allí hizo la comunión, y pasó su juventud en el Junior de la parroquia, una especie de Boy-Scout pero católico. De la infancia se agolpan los recuerdos, flashes de una época feliz. Como «lo enorme que me parecía el Campo San Francisco»; las visitas a las fábricas que programaban en el colegio Loyola para conocer la realidad profesional -«la que más me gustaba era la visita a La Casera porque daban una merendola espectacular»-; los viernes de visita a la playa e ir a la terraza del aeropuerto «que en aquella época tenía terraza a ver despegar y aterrizar los aviones». También a «cantidad de cines que había dentro de Oviedo; lo «aburrida que era la Semana Santa con todo cerrado»; que los veranos «duraban muchísimo»; los bailes de la Herradura -«que yo disfrutaba desde casa porque era un niño pero se oía todo»-; andar en bici; «aprendí en la plaza de España e incluso llegué a pedalear por la autopista 'Y' antes de que se inaugurara».

Recuerdos de una infancia feliz junto a su padre Guillermo, óptico, y su madre María Celsa, química que aún da guerra a sus 91 años. Tres hermanos: Guillermo, Ramón, ya fallecido, y Mónica.

Estudió Óptica en Madrid tres años. Y dos más en la capital para especializarse en Audiología. Tras esos cinco años en Madrid volvió a Oviedo porque la tierra tira y abrió una productora de vídeo con Álvaro Entrialgo, compañero del colegio: «Nos fue muy bien pero hubo un momento en que debía ya dedicarme al negocio familiar», recuerda. Por el medio el servicio militar en Cáceres: «Ahí me di cuenta de lo bien que se comía en el Loyola».

Habla inglés y precisamente su profesor en la Academia Brian Schooll fue el que le introdujo en el mundo de los rotarios, Rotary Club, del que es miembro desde 1992.

Le gusta la música. Raphael, Camilo Sesto, Rafaella Carrá... «Creo que es herencia de la niñez y los bailes de la Herradura». Pero también los Rolling Stones y la música italiana. Es un hombre tranquilo que cultiva los sentidos.

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