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Tiene pinta de buena gente y, como la mujer del César, además de parecerlo lo es. Tranquilo, sosegado, madrugador, habla en voz relativamente baja y ... mira desde unos ojillos muy atentos. No se puede decir que sea un pesimista, pero tampoco se ve a un optimista cuando uno se fija. Es metódico, ordenado, cocinero, cinéfilo y entregado a sus causas, principalmente la de recibir la vida tal y como viene y aceptar su destino. Porque mientras tanto es razonablemente feliz aunque algo menos desde la madrugada del 26 de junio de 2023 cuando fallecía su madre, Nuria, su gran referente vital. Aún le queda familia, su padre Ovidio, su hermana María y su marido Íñigo. Con ellos echa el resto.
Ovidio Parades Álvarez (Oviedo, 1971) pone negro sobre blanco su vida, pensamientos y vivencias. Sí, es escritor. Con 12 libros publicados y varios premios literarios. Su última obra, 'Mi madre y yo', salió a la venta en mayo y «está teniendo buena acogida y se mueve mucho por redes sociales. Está funcionando bien».
El centro de su vida son los libros, los escribe, los lee y hasta los ha vendido durante 10 años en un par de librerías de Oviedo (Aldebarán y Fabre). De los recuerdos de infancia llega «el juego en la calle (vivió en Comandante Vallespín, ahora Miguel Ángel Blanco)», pero sobre todo leer, era un niño solitario que devoraba a 'Zipi y Zape' y a 'Los cinco', de Enid Blyton.
Los veranos, en San Juan de Alicante, traen buenos recuerdos literarios. «Tenía yo 10 años y en un quiosco tenían 'El mismo mar de todos los veranos', de Esther Tusquets y 'Una habitación propia', de Virginia Woolf. Los vi, me gustaron y los leí. No recuerdo nada y me sonó todo a chino. Pero la lectura empezó mucho ahí».
Deportista no es, «aunque camino seis kilómetros todos los días por la senda del parque de Invierno». Reconoce que no tiene ese miedo escénico del escritor al folio en blanco, pero destaca que «cuando voy a escribir un libro tengo claras las ideas y soy organizado y muy metódico». Incluso cumple su máxima de escribir todos los días.
Tiene una pasión casi enfermiza por los libros. «Echo mucho de menos el trabajo en una librería. Me gustaría montar una propia, pero tal y como está el panorama es imposible para mí».
Pero no sólo escribe, también es «cocinitas» aunque más de casa de comidas que de antojo. «Aprendí con mi madre y mi abuela y disfruto mucho cocinando. Un vinito, algo de jazz y paso en la cocina toda la tarde».
Reconoce que la vida le ha tratado «como a todos, unas veces mal y otras bien aunque nunca ha habido grandes problemas en mi casa».
Si mira al futuro «no espero nada de la vida, sólo vivir el día a día. No me hago grandes planteamientos, sólo lo que la vida me vaya ofreciendo».
Como todos es consciente de que el tiempo pasa y que pasa rápido. «Hacerse viejo es aceptar las derrotas, el deterioro físico, la desaparición de los seres amados» es parte de un poema con el que quedó finalista en el Premio Internacional de Poesía Jovellanos.
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