Su aspecto coincide con lo que es, con lo que se siente desde niño y con lo que será siempre: policía. Como su padre. Como su hija y su hijo. Los dos. La palabra que más repite es empatía; lo que nunca, a su juicio, ... debe faltar a un agente. Empezando «desde abajo» se acaba de jubilar como inspector, en Atención al Ciudadano, el 091; 43 años de servicio en los que ha vivido «lo más duro» del terrorismo y de la droga en los 80. Se ha enfrentado al botellón, también en esos años; ha tenido que intervenir en protestas laborales; y llegó a encerrarse en la Catedral para reclamar por lo suyo y lo de los suyos. Gerardo Zapico Álvarez (Oviedo, 1959) se salvó de que una granada terrorista le segara la vida en el País Vasco mientras dormía; también de contagiarse tras pincharse en dos ocasiones con las agujas de sendos drogadictos en cacheos; y lo que sí le deja huella en un codo es el impacto de un pico de la mina lanzado en Pozo Sotón. Salvo a los terroristas, a quien nunca perdonará por sus hechos; el resto perdona todo. Empatía. A sus 65 años está obligado a parar, pero seguirá viviendo con la mirada de un policía.
Publicidad
–43 años de trayectoria. ¿De dónde le vino la vocación?
–De mi padre, fue policía. Mi primer colegio fue la Gesta y el segundo fue el cuartel de Buenavista, una pequeña escuela para hijos de policías. Con 6 años fui allí y estuve hasta los 12. Desde que tuve uso de razón quise ser policía. Mi padre iba a casa de uniforme y era un Dios para mí. Mis dos hijos son policías. Somos una familia de policías, una familia de sangre azul, como se suele decir.
–Su primer destino fue San Sebastián. Años 80. Terrorismo.
–Fue una época muy difícil, años de terrorismo. De ahí me fui a la unidad, a la Compañía de Reserva General, que son típicos antidisturbios, y estuve unos diez años, y viví posiblemente los mejores momentos de la policía, pero los más difíciles también.
–Cuente.
–En aquella época –hasta el 86– teníamos el carácter militar, eso conllevaba muchísimo compañerismo. La 21 Compañía de Reserva General tenía la base en Oviedo, pero viajábamo constantemente a toda España y normalmente al País Vasco.
Publicidad
–¿Sufrió algún atentado?
–Aquí en Buenavista sufrimos uno, el de las granadas. Y después allí otros dos. En uno no llegó a explosionar nada, fue en un hospital militar acondicionado como residencia, pusieron tres granadas que no llegaron a explotar. Y otro en la residencia en Alpedeta, ahí sí explosionó: estábamos 15 o 16 durmiendo allí y nos cayó todo encima, pero gracias a Dios la granada más grande cayó al huerto.
–¿Ha sufrido alguna pérdida de cerca?
–Sí, sufrí la pérdida de compañeros. Cuando llegaba al País Vasco, tenía que cambiar el chip. No teníamos los medios materiales de ahora, ni teníamos nada, era todo a pelo, éramos un blanco muy fácil para ellos. Yo recuerdo que hacías patrullas y en los semáforos en rojo cerrabas los ojos...
Publicidad
–¿Cómo ve la situación ahora?
–Cuando volví –mi último ascenso fue inspector en el 2009–, el País Vasco era otro. Iba por la calle normal, sin ninguna preocupación. En los años 80 cuando no eran manifestaciones, eran agarradas, atentados... era terrible, un sinvivir.
–De ahí pasó a la Brigada Móvil en Oviedo.
–Es la Policía que llaman de ferrocarriles, de tren. Ahí, viví muchísimos arrollamientos: suicidios y algún accidente. Me cogió la época de la heroína, de la droga. En Oviedo, en el túnel que taparon ahora de la estación de Renfe, tengo pasado hasta la mitad porque los maquinistas cuando venían se encontraban gente pinchándose dentro. Recuerdo una mujer embarazada en un estado muy avanzado pinchándose en los tobillos.
Publicidad
–¿No tenía miedo de pincharse en una intervención?
–El tema de la droga era otra cosa en aquellos años 80 cuando la heroína, sobre todo el caballo... después se mezcló SIDA, se mezcló hepatitis.... Me pinché dos veces cacheando. Pero gracias a Dios no tuve nada. ¡Qué vas a hacer! Son enfermos. Era un drama. Iban como zombis hacia la droga sin importarles nada, les daba lo mismo que les vieras o no. Terrible. Así por toda España. En la Reserva viajamos por toda España y era en Barcelona la época del Vaquilla.
–¿Qué aspecto le gusta más de su trabajo?
–Siempre me gustó mucho el tema de los auxilios humanitarios, estamos para ayudar. La gente cuando llama al 091 es porque tiene un problema.
–Puso en marcha la Policía de Proximidad, fue el encargado de organizarla.
Publicidad
–Estuve desde el 93 o 94, no recuerdo la fecha exacta, y ahí en una sola semana fui a cuatro suicidios, aquí en Oviedo. Son dramáticos porque no es el señor que te encuentras ahorcado o la señora que se tiró, es el drama familiar que hay y tienes que tener muchísima empatía, tienes que ayudar. Me tocó ser responsable de la zona centro en la Policía de Proximidad y teníamos muchísimas llamadas y había muchos auxilios: desde sacar adelante a una señora que estaba en parada a hurtos, tirones, robos y la droga que aún estaba pegando los últimos coletazos en aquella época y teníamos que ir.
–Tras la Policía de Proximidad, pasó a radiopatrulla.
–Ascendí a subinspector. Estuve en Mieres unos meses y un año y medio en radiopatrulla, en lo que me jubilé ahora, entonces mandando un grupo de noche. Hubo casos de violencia de genéro, homicidios, muchas historias. Y allí se formó el grupo de Reacción, era cuando existía La Real, había una cantidad de follones..., y nos dedicamos a todo el tema del orden público, los botellones. Hubo un problema inmenso con el consumo de alcohol de menores, llamadas de peleas...
Noticia Patrocinada
–Y volvió a lo que le gusta. Los últimos 15 años se hizo cargo del grupo de Atención al Ciudadano, el 091, donde se jubiló. Siempre pegado a la realidad.
–Sí, porque soy un hombre de calle y vengo de abajo. La calle para mí es fundamental.
–¿Qué debe entender un jefe con tantos policías a su cargo?
–El jefe que no entienda que la columna vertebral de la Policía son los de abajo, mal jefe va a ser. Aquí en Oviedo hay muy buenos profesionales y con empatía.
Publicidad
–De hecho, uno de los valores que debe tener un policía, dice, es la empatía.
–Siempre, fundamental. El valor y el coraje se te presupone porque la calle es muy complicada. Y en la calle no puedes tener miedo porque el miedo no te deja actuar bien. Tienes que hacerle frente. Pero es fundamental tener empatía y ver al otro como una persona que necesita algo, no directamente como un enemigo porque pueden pasar muchas cosas.
–¿Oscilaron delitos en este tiempo?
–Los delitos en Oviedo bajaron gracias a la labor policial. Después hay una labor que no se ve que es la prevención, fundamental. Los delitos que prevenimos son innumerables.
Publicidad
–¿Qué le impone más a un policía: actuar en un domicilio dentro o en la calle?
–Más oportunidades de actuar bien en la calle, porque estás viendo lo que hay. En una casa, de puertas para adentro, es terrible lo que puede pasar, no sabes lo que hay dentro. Yo fui a una violencia de género en la que la mujer murió y cuando fuimos a detener al hombre, este tenía encima del armario dos escopetas. Entré a pelo... te dicen que hay dos niños y vas a muerte, te la tienes que jugar; después ya recapacitas: si cuando yo llego el hombre saca la escopeta, a mí me ventila. Pero lo piensas después. La rapidez es fundamental.
–¿Las llamadas de noche son más complicadas que las del día?
–Son completamente diferentes. Las de noche son menos, pero son complicaditas. Hay intervenciones que hicieron policías de los que estaban conmigo que salieron muy bien, pero que se jugaron la vida, y varias veces.
Publicidad
–Ha salvado vidas.
–Recuerdo a una chica que llevaba desde las seis de la tarde con medio cuerpo sacado en una azotea en El Rosal y con un arma blanca muy grande. Si no se tiraba se iba a caer. Subí en la jaula con un bombero; y cuando quedé a par de la chica, balanceé la cesta y me lancé sobre ella. El bombero me ayudó. Fue una satisfacción muy grande. Detener a 50 te puede dar la satisfacción porque los detienes; pero salvar una vida... Y el 091 salva vidas, en toda España, pero en Oviedo, sobremanera. Estoy muy orgulloso de sus policías, doy la cara por ellos.
–Oviedo es una ciudad segura.
–Sí.
–No se salva de homicidios, como el caso del pequeño Imran; o tragedias como la de las niñas de La Ería.
–En el caso del niño de la maleta, llegué allí cuando apareció la maleta. En el de las niñas que se suicidaron fui el primero en llegar con otra patrulla y tuve que cerrar. Trabajo y experiencia. Primero tienes que valorar y después actuar. Fue un drama. Yo estuve un poco desbordado. Después, entra la parte tuya personal, que estás viendo lo que estás viendo. Sí, te afecta.
–¿Qué tipo de delincuente es el que más miedo le da?
-Vamos a ver, cuando estás metido en faena, no te dan miedo. Me acuerdo una vez que un hombre estaba fuera de sí con un machete y le entré con el escudo y dos policías detrás y sentías el machetazo en el escudo, pero cada machetazo que daba más impulso te daba a ti para tirar. Respeto sí, miedo no puedes tener porque te bloquearía.
–Fue responsable durante treinta años del dispositivo de seguridad de los Premios Princesa en el hotel de la Reconquista. ¿Da vértigo?
–No, porque los policías tenemos que ser como los camaleones, hoy haces una cosa y mañana otra. En todos esos años que estuve nunca pasó nada. Siempre muy agradecido y reconocido por los Reyes, me felicitaron el pasado año que fueron el último que hice.
Publicidad
–Los medios de los que dispone la Policía en la actualidad han mejorado mucho.
–Los uniformes que ves ahora no son los de antes. Los antidistrubios parecen Robocop y no se hace ninguna carga prácticamente, y antes, 35 años para atrás, íbamos con una camisilla y un pantalón marrón y un escudo de plástico. A pelo. A mí en la cuenca minera me dejaron una marca en el codo. No culpo a los trabajadores que estaban haciendo lo suyo y yo, lo mío. Me lanzaron en el Pozo Sotón un pico de picar. Pero sí puedo decir una cosa, los conflictos laborales yo los entendía como conflictos laborales: ellos estaban pidiendo lo de ellos y nosotros estábamos defendiendo lo que teníamos que defender. Una cosa es ser delincuente y otra trabajador. Tienes que ver quién está enfrente.
–También usted se encerró como protesta laboral.
–Nuestra unidad, la Reserva. Estuvimos encerrados en la Catedral. Fue en el año 88 o 89. Nos suspendieron de empleo y sueldo y ahí fuimos los ciento y pico. Ahora si, limpiamos la Catedral, íbamos a misa gregoriana todas las mañanas... El deán decía que fuimos unos encerrados modélicos, ¡hombre éramos policías!
–La jubilación ha llegado, pero sigue y seguirá con su alma de policía.
–No se te quita lo de policía. Soy policía jubilado. Eres policía hasta que te mueres, lo que pasa es que ahora estoy en otra situación.
–Empatía con un terrorista nunca va a tener.
–Tengo empatía con todo el mundo, pero con los terroristas nunca, ni la quiero tener. Nunca los perdonaré, es mucho el daño que hicieron. A lo mejor puedo perdonar al drogadicto que en un momento que tenía el mono me pegó una puñalada por detrás porque no sabía lo que estaba haciendo; al hombre desesperado que en un momento determinado hizo lo que hizo. Al terrorista nunca. No lo voy a perdonar.
3 meses por solo 1€/mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.