ROSALÍA AGUDÍN
Domingo, 14 de agosto 2022, 00:35
Elisa Álvarez García ha viajado por medio mundo dedicada a la consultoría. Sudáfrica, India, Estados Unidos o Italia han sido algunos de los destinos donde ha trabajado antes de inmiscuirse en la moda, un sector que siempre le apasionó. Tras un año de planificación, su ... empresa Cyrana vio la luz en 2017. Empezó diseñando abrigos con unos llamativos colores para después pasar a camisas y vestidos. Hoy es una de las marcas de referencia en la capital asturiana, con una tienda en la calle Gil de Jaz. También es fija su participación en las dos ediciones de Oviedo Tendenza.
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'Eli', como la llaman, nació en La Secada (Siero) en 1981. Hija de Jovita y Rufino, se lleva dos años con su hermano pequeño, Sergio. Fue al colegio de Sariego y al instituto de Pola de Siero. En aquella época, el pueblo tenía alrededor de una docena niños de su quinta, una imagen bien distinta a la que se vive hoy en día. «Íbamos todos juntos en el autobús», recuerda. La macroeconomía era su ojo derecho, así que se decantó por Económicas en la Universidad de Oviedo a la hora de escoger carrera y pasar algunas temporadas en San Lázaro, en casa de una tía.
Consiguió su primer trabajo en el mundo de la banca el año antes de acabar la licenciatura. Así fue encadenando trabajos hasta que tuvo que elegir si quedarse o emprender. Se decantó por lo segundo y estudió un máster como MBA. Trabajó en A Coruña y después, se fue a vivir a Madrid.
Formaba parte de una consultora internacional y recuerda aquella época con mucha carga de trabajo al asumir proyectos importantes. Hasta que un día recibió una oferta que no podía rechazar: «Era de una eléctrica y me tenía que ir a Johannesburgo».
Y su vida cambió. Tenía «mucho tiempo libre en un país muy bonito donde hacer muchos planes». «Mi madre al principio se asustó y mi pareja siempre me ha apoyado», recuerda. Una etapa que se alargó un año, pero el último viaje no fue como esperaba. Se llevó un buen susto: «Casi me matan. Hacía escala en Nigeria, un país en guerra, y yo era una blanca con un portátil», explica. Su empresa le ayudó a solventar la situación.
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Tiempo después volvió a Madrid, se casó y tuvo su primera hija. Luego llegó la segunda niña, pero cuando le tocaba incorporarse a su puesto un 15 de noviembre todo cambió el día de antes. La pequeña sufrió un ataque epiléptico y los médicos les pintaron un «escenario muy feo». Tenía que tomar mucha medicación, así como acudir a terapias y pidió una excedencia.
El insomnio que sufría ante la gravedad de la situación le hizo emprender y dedicarse al mundo de la moda a través de una empresa que tardó un año en montar. Para entonces era el año 2017. Primero vendía sus productos a través de otras tiendas y su propia web. «Crecí muy rápido, pero llegó la pandemia y hubo un parón».
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Gracias a una agencia de comunicación consiguió volver a crecer y probó a vender por sí misma unos diseños 100% españoles. Las producciones son hechas en Gijón y los tejidos son producto nacional. «Los que somos economistas sabemos que si una camiseta cuesta cinco euros conlleva que se ha explotado a personas; apostamos por tejidos con calidad y sin poliéster ni caucho». Ahora acaba de abrir otra tienda en Santander.
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