RAFAEL SUÁREZ-MUÑIZ
Miércoles, 14 de septiembre 2022
La celebración de grandes espectáculos de Asturias nació casi simultáneamente en Oviedo y en Gijón. Esos primeros pasos se escriben en clave de teatros-circos. Inaugurados en 1876, los teatros-circos Obdulia (Gijón) y Lesaca (Oviedo) fueron los antecedentes directos del Teatro Campoamor. El de Lesaca se encontraba en un solar arrendado perteneciente a la huerta del duque del Parque (plaza de Daoíz y Velarde) y tuvo una vida muy efímera.
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El Teatro Campoamor comenzó a gestarse el 24 de abril de 1876, cuando el Ayuntamiento de Oviedo, presidido por José Longoria Carvajal, acordó construir un nuevo coliseo que sustituyera la vieja casa de comedias del Fontán (de 1666), que estaba en estado semiruinoso.
Urbanísticamente, Oviedo era heredera de los grandísimos efectos de la desamortización eclesiástica lo que dio lugar a infinidad de derribos, reconversiones funcionales y proyectos de reforma interior. Creció ajena a la normativa, puesto que, desde 1868, todos los proyectos de alineación de calles, planos geométricos y ensanches caían en saco roto por irregularidades proyectuales o por alegaciones y recursos.
Al margen del marco legal se ejecutaron una serie de parcelaciones particulares entre 1875 y 1910; aprovechando esta circunstancia más la parcelación de la huerta del convento de Santa Clara: nació geográficamente hablando el Teatro Campoamor: saludando desde el barrio conocido como Los Estancos —allí decantaban las aguas sucias en 1885 con las que abonaban las huertas— en un tímido segundo plano a la plaza de la Escandalera y a la nueva calle de la estación (Uría).
A fin de obtener del crédito necesario para la construcción, se hizo algo parecido a lo del Teatro Jovellanos de Gijón, pero con menos acierto. En 1882 se estimaron unos costes de 350.000 pesetas; el Ayuntamiento aportaría 150.000 pesetas y para las restantes se suscribirían obligaciones entre los vecinos. Lejos de conseguir ese montante, el presupuesto se triplicó durante las obras y esas dificultades económicas imposibilitaron y retrasaron la construcción del Campoamor.
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El proyecto salió a concurso y lo ganaron los únicos arquitectos que se presentaron: el binomio de José López Sallaberry (uno de los autores de la Gran Vía madrileña) y Siro Borrajo. De entre los distintos contratistas que participaron en la construcción del coliseo ovetense desde 1883, destaca José González Pravia (natural de Oviedo), que intervino en los trabajos de excavación, cimentación, aporte de 1.000 m3 de piedra, sobreelevación de los muros, construcción de toda la fachada y la planta baja, etc. Otro contratista al que se debe buena parte del edificio es a Genaro Alas Ureña (1886). De la carpintería metálica se encargó Modesto Álvarez Laviada (1885).
En el concurso antecitado no se indicaba ninguna ubicación concreta, por lo que se barajaron dos opciones para levantar el teatro: la huerta de López Prado (calle Fruela) y el alto de Santa Clara, justo detrás del antiguo convento homónimo (sede del Gobierno Militar en aquel momento), que es donde se hizo. Actualmente se corresponde con la parcela sita entre las calles Progreso, Argüelles y Alonso de Quintanilla.
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El acto de colocación de la primera piedra se celebró, muy concurridamente, el 27 de junio de 1883, pero la inauguración oficial tuvo lugar, tras años de retrasos, el sábado 17 de septiembre de 1892 —cuando estaba prevista para el día 15—, coincidiendo con la fiesta de San Mateo, y, cual preludio, no pudo hacerse sino con una de las señas de identidad del Campoamor: una función de ópera francesa llamada 'Los Hugonotes'.
El Campoamor es un edificio exento, de volumen rectangular y compacto, que se inscribe en una pequeña parcela trapezoidal de interior, pero en cuyo derredor se operó perfectamente para favorecerle de perspectiva visual.
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Arquitectónicamente hablando, era y es un teatro a la italiana (estructura espaciofuncional tripartita), de planta de herradura para alojar el patio de butacas y las plateas, con la escena y el vestíbulo. En alzado tenía un programa formal esquemático y sencillo. Estéticamente se asemejaba al teatro La Comedia de Madrid (1875), pues en este se inspiraron sus autores. Estilísticamente era muy sobrio, seguramente por las necesidades pecuniarias del momento y por querer salvaguardar la liturgia y la importancia de los actos del interior. Se envuelve en un estilo neoclásico externo muy tenue caracterizándose por el almohadillado ecléctico de la planta baja, el frontón del ático sobre el frontispicio de ventanales, los recercos de los vanos, los resaltes de las impostas, la austeridad, el balaustre de la cornisa, las pilastras y las estatuas de las alegorías que ocupaban los huecos laterales de la primera planta.
El edificio original tenía dos plantas —vistas desde fuera— y la fachada principal se ordenaba simétricamente en anchura y en altura siguiendo el ritmo vivaz de siete huecos por planta; ese programa se conserva inmutable. El acceso principal se acomoda en las cinco puertas rematadas en arco de medio punto que se retranquean respecto a los dos cuerpos laterales. El programa interior se distribuía entre: el patio de butacas con una planta sobre rasante rodeada de plateas sencillas —se suprimieron arriba y abajo en las ampliaciones de aforo de 1923 y 1926— con palcos de proscenio más hermoseados y dos plantas de palcos.
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El patio de butacas tenía una capacidad de 200 asientos de madera de nogal y acolchados con crin animal (22 ptas. / ud.), de cuya factura se hicieron cargo el ovetense Santos Díaz, primero, y el gijonés Serafín Ballesteros, después. El 14 de junio de 1892, tres meses antes de la inauguración, todavía no se habían entregado las butacas ni siquiera la mitad.
Además de la ópera y las funciones teatrales, el Campoamor incorporó el cine en su programa y conoció, para tal fenómeno, una serie de modificaciones entre 1916 y 1923. Una consistió en habilitar un ambigú en la planta baja, se convirtió en restaurante el foyer, se quitaron las plateas y se suprimieron las divisiones de los palcos superiores. A todo ello hay que añadir la instalación del equipo cinematográfico en 1919, inaugurado el 16 de septiembre con la película 'Expiación', y del sistema de cine sonoro, el 18 de febrero 1929, con la película 'Celos'.
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En 1926, siendo arquitecto municipal Julio Galán, se amplió el teatro para incorporar 300 butacas más siguiendo el proyecto de Rodríguez Bustelo, como llevaba solicitando desde hacía años la Casa de la Filarmónica. Las obras consistieron en la supresión de 10 palcos y 10 plateas para crear el anfiteatro. Se dejaron dos plateas laterales donde los huecos de escalera, se metió la orquesta debajo de la escena y se concluyó con tres pisos de asientos sobre el patio.
Las insuficiencias económicas eran patentes, sin embargo, la Comisión para el Teatro no perdía la ocasión de contratar a Egidio Piccoli para realizar el escenario, instalar la maquinaria y poner el pavimento del patio de butacas. Se le consideraba el primero y casi único maquinista de teatros en España.
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Los decorados (dotación de escena, pinturas, telas, bastidores, techos) se confiaron, en 1890, a Giorgio Busato (pintor escenógrafo del Teatro Real de Madrid) y a Luis Muriel. Esas decoraciones de fondo eran solo 14: una selva larga, un jardín, un gabinete de día, una casa blanca, una plaza, un salón gótico, una marina, una aldea, una casa rústica, un gabinete rústico, una calle corta, un salón del Renacimiento, una selva corta y una cárcel.
La iluminación eléctrica se verificaría gracias a 226 bombillas, lámparas y candelabros iguales a los instalados en el teatro Prince of Wales de Londres. De esas luminarias: cien debían ser de de clase superior para el patio de butacas, el vestíbulo, el foyer, los salones, las escaleras principales y la guardarropía. Para el servicio de peluquería (factura de pelucas, corte y peinado) se propuso a sí mismo Felipe Lobón interesado en un contrato de al menos seis años.
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En solo tres años, tras la Revolución de Octubre de 1934 y la Guerra Civil, tres quintas partes del caserío quedaron destruidas. El 5 de octubre estalló el conflicto y todo indica a que se apeló al incendio del teatro para impedir que los huelguistas allí atrincherados hostigasen el cuartel de Santa Clara al considerarlo el último reducto de la defensa de la ciudad. El último espectáculo que acogió fue la película 'Ignominia', por la tarde y por la noche. Entre los días 9 y 10 de octubre se produjo el incendio del teatro. Solo quedaron en pie los muros exteriores. La cubierta se vino abajo, y el vestíbulo y el patio de butacas desaparecieron íntegramente devorados por las llamas.
De su demorada recuperación se encargó, diez años más tarde, Gabriel de la Torriente (arquitecto municipal) y tras la reforma integral se volvió a inaugurar el 18 de septiembre de 1948 con la asistencia de Carmen Polo y del ministro de Obras Públicas, Fernández Ladreda, a la función inaugural 'Manon'. Se estima que el montante final de las obras de reconstrucción no alcanzó los 7 millones de pesetas.
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Este técnico le imprimió mayor suntuosidad tanto en fachada como internamente y adicionó una planta más sobre la cornisa. También sustituyó la estructura de madera y forja por viguería de hormigón armado resistente a los incendios. Al añadirle una altura se pudo ampliar el anfiteatro con gallinero, el escenario (14 m de fondo y 20 m de hombro a hombro) y el patio de butacas con foso y contrafoso, y todo ello favoreció el alcance de un aforo de 1.440 espectadores. En el sótano se habilitó una sala de fiestas, y un local para restaurante y salón de té en el antiguo foyer.
Otras novedades y apuestas significativas son el suelo elevable del patio de butacas y del foso de la orquesta, que permitía librarse de los asientos y ganar ese espacio para convertirlo en pista de baile en Nochevieja y al final de la temporada de ópera. El foso se eleva actualmente cual plataforma eléctrica y al bajarla puede llegar a acoger algo más de 40 músicos o bien subirla y ganar metros el escenario.
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El lujo del interior quedó garantizado con la profusión de mármoles, luminarias de aplique en el perímetro interior y sujetas a las líneas de palcos, la impresionante lámpara central que se suma a otras 8 distribuidas por el foyer y los vestíbulos, la altura de los nuevos telares de la escena, revestimientos de oro, puertas de madera de nogal, el nuevo telón de terciopelo rojo con el escudo de la ciudad bordado en oro, etc. La estética, algo más estilizada, que ha llegado a nuestros días proviene de este proyecto de reforma de 1944. El equipamiento, desde 1948, cuenta con planta baja, principal y superior más el anfiteatro, es decir, cuatro alturas.
En septiembre de 1985 se concentraron los últimos espectáculos de comedia y ópera, del 1 al 3 de octubre actuó el ballet de Cuba y el 5 de octubre fue la gala de premios Príncipe de Asturias, antes de comenzar las obras de reforma y la consiguiente inactividad. Fernando Nanclares y Pedro Sariego llevaron a cabo la reforma del interior del teatro desde el mes de octubre.
El coste final de las obras ascendió a 240 millones de pesetas y estas consistieron en renovar toda la instalación eléctrica; modificar y reducir el vestíbulo; recuperación del salón de té; transformación de la antigua sala de fiestas Carrillón (en los bajos del teatro) en sala polivalente divisible mediante mamparas para poder celebrar más actos al mismo tiempo; ampliación del foso de la orquesta; instalación de extintores automáticos; colocación de puertas incombustibles; reforma de cubiertas, etc.
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