Javier Trabadelo Pol, en su empresa. ALEX PIÑA

Los chuletones que se come España entera

Hacer amigos. Propietario con su hermano Tomás de Trasacar, empezó en la empresa desde abajo tal y como ordenó su padre. Habla de amabilidad en el trato con los clientes, de salir a correr cuando acaba la jornada laboral, de viajar y de jugar mucho al mus desde hace 35 años

Domingo, 13 de octubre 2024, 02:00

Empezó en la empresa en tareas de limpieza y reparto. Tenía 19 años y tras cursar un primer año de Empresariales decidió que no quería estudiar. Su padre, empresario de los de antes, lo metió en la empresa pero conoció el negocio desde abajo, para ... ir ascendiendo.

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Sonriente, hablador, vendedor. Mira fijamente a la cara mientras habla desde unos ojillos oscuros que transmiten confianza. Habla maravillas de su familia y de sus padres, Ceferino, ya fallecido, e Isabel, profesora de enseñanza pública. «De mi padre aprendí el valor de la amistad y de mi madre el servicio a la gente». Valores muy importantes.

De niño en el Campo San Francisco.
Con 21 años, a la 'mili'.
Con su esposa Ana y sus hijos.

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Javier Trabadelo Pol (Oviedo, 1973) es uno de los dos dueños de la empresa Trasacar, una compañía de lujo gourmet que fundó su padre hace más de treinta años y de la que a su fallecimiento se hicieron cargo sus dos hijos, Javier y Tomás. «Nos dejó una empresa perfectamente estructurada y funcionando a las mil maravillas». Es decir, hay que seguir la línea marcada.

Javier nació en el Sanatorio Miñor, ahora Fundación Gustavo Bueno, y vivió casi toda su existencia en la calle del Doctor Casal, con lo cual era muy normal verle jugar con sus amigos por el centro comercial Salesas, de reciente apertura en su niñez, disfrutando de las escaleras automáticas, muy novedosas hace más de 40 años pese a que las primeras en Oviedo las instaló Galerías Preciados en la calle Uría.

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Estudió en el colegio Meres. «Tengo grandes recuerdos del colegio aunque me costaba trabajo estudiar. Eso sí, sacaba los cursos uno a uno».

Sigue manteniendo los amigos del colegio «con los que me reúno cada cinco años en una cena en la que recordamos batallitas».

Jugó al fútbol en el colegio y también en el Masaveu, «aunque mi carrera se cortó por la rotura del ligamento cruzado de la rodilla», como a Carvajal, Álaba, Courtois o Militao. Para lesión mala, tiene un punto aristocrático en el fútbol.

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Se casó con Ana, a la que conoció mientras trabajaba de camarera en el bar de su gran amigo, Rufino Alonso. Un clásico de tirarle los tejos a la camarera, pero, en este caso, no fue una pasión corta, al contrario. Tiene tres hijos, Eva y los mellizos Irene y Nicolás.

Su trabajo en la empresa es ocuparse de las ventas y el marketing, por lo que viaja mucho. Por ejemplo, esta semana la ocupó casi entera San Sebastián entre un concurso gastronómico y un templo «indiscutible de la cultura vasca como es Casa Julián, en Tolosa».

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Pero eso sí, cuando no trabaja corre. Alguna maratón (Madrid 2006) y muchas medias. «Me gusta correr porque compites contigo mismo y para todo en la vida eso hay que hacerlo». Juega al mus desde hace 35 años y organiza torneos «en la Oveja Negra o Punta Galea». Pero su gran pasión es «conocer gente nueva porque disfruto mucho haciéndolo. Si eres amable con la gente, la gente es amable contigo». «He tenido la suerte de tener padres extraordinarios, un hermano magnífico y una esposa e hijos estupendos». ¿Qué más puede pedir a la vida? Algo más seguro, un chuletón de Trasacar.

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