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El Martes de Campo es sinónimo de bollo preñao y ocio, de aire libre y botellina disfrutona de vino o sidra. De placer colectivo y campestre, de jolgorio primaveral . Un descanso en el calendario laboral y académico que hunde sus raíces más de ocho ... siglos atrás.
Oviedo tiene, desde tiempos remotos, su particular forma de celebrar el Martes de Pentecostés en una festividad con tanto nombre, entidad y arraigo que muchos ignoran que la fecha de celebración no se marca aleatoriamente en el calendario y coincide con la efeméride cristiana.
Tras el festivo local está el nombre de una mujer, Velasquita Giraldez, adinerada y piadosa dama que el 5 de febrero de 1232 fundó una Cofradía de 'alfayates', que después conoceríamos como sastres, y por «otros vecinos y buenos de la Ciudad de Oviedo».
A ellos les donó un hospital y bienes para hacerse cargo de su mantenimiento. A saber: dos tercios de una casa y otras varias fincas así como 10 camas para el reposo de los pacientes. A cambio, la cofradía celebraría a perpetuidad misa, víspera y maitines en conmemoración del eterno descanso de la donante.
El solidario gesto de Giráldez llevó a la cofradía a denominarse La Balesquida. Sus miembros nunca incumplieron su promesa en un compromiso que se extiende hasta nuestros días. Comenzaron celebrando la eucaristía un domingo de mayo y la trasladaron al martes de Pascua florida, el origen del Martes de Campo, que surgió a modo de peregrinaje.
Una procesión recorría la distancia entre la capilla de Nuestra Señora de la Balesquida, situada frente a La Catedral, en una esquina de la plaza de Alfonso II El Casto, hasta la de Santa Ana de Meixide, en lo que hoy conocemos como Montecerrao. Las viandas se desgustaban, tras el largo tránsito, a modo de recompensa.
Entonces no había bollos preñaos y, según la bibliografía de la época, se entregaba a los cofrades «un bollo de media libra de pan de fisga [escanda], torrezno y medio cuartillo de vino de pasado el monte». Con el paso del tiempo la procesión modificó su destino final.
Dejó de lado a la santa de Montecerrao. En su lugar, peregrinaban hasta la capilla de Santa Susana, que permaneció en pie desde 1630 hasta 1858 en el entorno de la actual calle del Rosal. El parque San Francisco quedaba tan cerca que terminó convirtiéndose en un elemento más de la celebración, tomado por los cofrades para la continuación de unos festejos que calaban cada vez más profundo en la ciudad.
En ocho siglos de historias los cimientos del Martes de Campo y La Balesquida peligraron en más de una ocasión. Entre 1854 y 1856 los bienes de la cofradía fueron declarados como enajenables y la mismísima reina Isabel II, quien había sido declarada hermana mayor de la cofradía, intercedió para salvaguardar sus prevendas.
En 1924 sobrevino otra crisis y la cofradía anunció en 1930, entre penurias, la que sería su definitiva disolución. Cogió el guante una nueva institución empeñada en perpetuar una tradición ya más que centenaria. Nació la Sociedad Protectora de La Balesquida, que ha traído hasta nuestros días el Martes de Campo, con el objetivo principal de ayudar en lo «divino» y en lo humano venciendo los obstáculos económicos que habían llevado a la ruina a la cofradía.
Aunque el año pasado la pandemia obligó a cancelar el día más esperado del año para los integrantes de la organización, en una suspensión que no ocurría desde la Guerra Civil, este año el Martes de Campo volverá a los parques de la ciudad, mascarilla mediante.
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