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ROSALÍA AGUDÍN
OVIEDO.
Domingo, 7 de mayo 2023, 02:30
El Campo San Francisco abarca 90.000 metros cuadrados -55.000 de ellos son espacios verdes, con 955 árboles de más de un centenar de variedades-; y a la importancia de sus especies se suma la majestuosidad de sus paseos y edificios. Dos de ellos, ... precisamente, cumplen aniversario: el paseo del Bombé -en sus orígenes salón del Bombé- celebra 190 años y El Escorialín, 65. Todo ello mientras el pulmón verde espera la puesta en marcha del grueso de obras del plan director, redactado por los arquitectos Cosme y Julia Cuenca, con la colaboración de Jorge Hevia e Ignacio López. Incluye entre las novedades la peatonalización del tramo hacia La Escandalera y la plaza de España. Una propuesta que forma parte, además, de la Zona de Bajas Emisiones, para lo que Oviedo acaba de conseguir fondos de Bruselas.
Este es el futuro para una historia que comenzó a escribirse hace ocho siglos. En el año 1214, San Francisco de Asís y Fray Pedro Compadre se desviaron del camino francés hacia la antigua corte de Alfonso II el Casto para venerar los importantes tesoros custodiados en la basílica de San Salvador. El primero quedó prendado de la ciudad y de las reliquias, y encomendó al otro a levantar una ermita que con el tiempo se convirtió en un convento -se situó donde ahora se encuentra el palacio de la Junta General del Principado-.
Los monjes poco a poco ganaron muchos adeptos por su función social. Cada día, a las tres de la tarde, recuerda el arquitecto Felipe Díaz-Miranda, «tocaban la campana para dar bacalao y agua» a los más necesitados. Además, rechazaban cualquier honor o título, cautivando con estos gestos a toda la sociedad ovetense. Las grandes familias les donaron parcelas y eso les permitió ir acumulando las tierras que rodeaban el convento usadas en parte como huerta -estaban donde ahora es el Campo-. En 1534, los representantes de la ciudad y el Cabildo catedralicio decidieron el uso público de esta zona verde, algo que se mantiene hasta la actualidad.
Siglos después, una de las principales obras fue el Salón del Bombé, que se mandó construir en 1830 y se terminó en tres años. En ellas, según recoge el libro 'Nombres y cosas de las calles de Oviedo' de José Ramón Tolivar Faes, se reciclaron materiales de la desaparecida capilla de la Magdalena del Campo y de la puerta del Campo, derribada en plena guerra de la Independencia. Más tarde se colocaron las barandillas de hierro procedentes de la plaza de Porlier. Su inauguración sirvió como festejo de la proclamación de la reina Isabel II.
El nombre elegido para este salón no fruto del azar. Es afrancesado, relacionándose así con la estancia de las tropas napoleónicas en la ciudad y «cuya marcha se produjo apenas veinte años después de la inauguración». En sus cuyos dos extremos hay sendas fuentes. La Fuentona, que se inauguró el día de San Mateo de 1875 siendo alcalde de la capital José Longoria Carbajal; y en el otro lado, la Fuente de las Ranas, «llamada así por estar decorada con cuatro batracios de cuyas bocas salen sendos surtidores».
A mitad de los poco más de doscientos metros de paseo del Bombé se encuentra uno de los elementos más queridos por los ovetenses: el kiosco de la música, diseñada por Juan Miguel de la Guardia y cuyo impulsor fue Leopoldo Alas Clarín, según cuenta Yvan Lissorgues en la última biografía del autor, publicada en 2007 por Ediciones Nobel, con el objetivo de «dar servicio a las bandas de música que han de amenizar los paseos y veladas de aquel delicioso lugar», algo que fue acogido con sumo agrado por la Corporación local. Tras una inversión de 11.430 pesetas, se inauguró en 1988 el templete, vallado durante nueve años de la pasada década debido a su mal estado. Tras varios intentos, la reforma acometida el año pasado por el Ayuntamiento logró recuperarlo.
La cuarta infraestructura del paseo del Bombé es la biblioteca de La Granja. Un edificio, según consta en los archivos del Ayuntamiento, del que se empieza a hablar en la década de los ochenta del siglo XIX. Manuel Uría y Manuel Díaz Argüelles presentaron en 1889 un proyecto para construir un chalé destinado a los socios del Casino en verano. Tras dilatarse, en 1896 se retomó la idea. Se levantó una casa con «una concesión de veinte años, pero ante la decadencia de la actividad del Casino lo abandonan en 1915». Ese mismo año, según las mismas fuentes, el Ayuntamiento cedió las instalaciones a la Sociedad Deportiva Asturias Sportiva para instalar allí las oficinas y el gimnasio durante dos años, convirtiéndose después, y hasta 1924, en una escuela: «Era un lugar donde se recogían hijos de mujeres trabajadoras».
Tras ser el Café del Bombé llegó la revolución del 34 y la guerra civil. No fue hasta 1940 cuando se acometió una renovación profunda para inaugurar el Café La Granja, hasta que finalmente en 1968 se tomó la decisión de derruirlo. Algo que no contaba con el apoyo del concejal Ángel Cabrero, que quería convertir este chalé en una «biblioteca y museos municipales de libros y obras de arte». Nada se cumplió de aquella, pero en 1971 se cedieron las instalaciones a la iglesia para abrir «una guardería infantil, el hogar infantil Santa Eulalia de Mérida para niños desamparados e hijos de madres trabajadoras permaneciendo como tal hasta 1985». La piqueta llegó y se reconstruyó como la biblioteca de La Granja desde 1988. En la actualidad, mantiene el uso.
El paseo del Bombé perdió protagonismo con la construcción del paseo de los Álamos, según consta en los archivos municipales, por la gran actividad de la calle Uría. Para dar más servicio, en 1952 se inició la construcción de un edificio entre las calles Uría y Marqués de Santa Cruz cuyo objetivo era «unificar las instalaciones provisionales situadas en el paseo de los Álamos». Pero los trabajos no fueron como se pensaban. Las obras tardaron seis años en ejecutarse. De ahí que los ovetenses empezasen a llamarlo El Escorialín, en alusión a la construcción del monasterio de El Escorial. Alberga las oficinas municipales de turismo, recuperadas después de que en 2017 un fuerte temporal provocara la caída de un árbol y lo derribase.
Tras ejecutarse ya varias mejoras, como la reparación de paseos, bordillos, el citado kiosco de la música o la recuperación del agua de las fuentes, además de las futuras peatonalizaciones del entorno, el Campo aguarda la restauración del paseo de los Álamos, Su mosaico, obra de Antonio Suárez, está muy destrozado. De este plan de trabajo, ya adjudicado, se encargarán los arquitectos Ana Piquero y Leopoldo Escobedo.
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