Miguel Ángel de Dios Fernández. PABLO LORENZANA

De los callos en Teatinos al Desarme en Oviedo

Una vida de trabajo. Dos hitos han marcado su vida: el día en que su madre le pidió ayuda para llevar El Bodegón y, sobre todo, el fallecimiento de su mujer, víctima de la ELA, una enfermedad «destructiva y devastadora». «Esto me hizo aprender a disfrutar de las pequeñas cosas»

RAFAEL FRANCÉS

Domingo, 26 de marzo 2023, 00:21

Después del fallecimiento de mi mujer aprendí que hay que vivir y disfrutar, pero disfrutar con las pequeñas cosas». Miguel Ángel de Dios Fernández (Oviedo, 1965) es un hostelero sonriente, pero con mirada triste. Quizá es porque nació así o porque la muerte de su ... mujer víctima de la «destructiva y devastadora» esclerosis lateral amiotrófica (ELA) le ha dejado un profundo poso. «En nueve meses se la llevó después de 35 años casados y 5 de novios». En cualquiera de los dos casos hay que fijarse en su mirada para descifrar esa tristeza, porque en lo diario es activo -más bien hiperactivo-, sonriente y abanderado de Teatinos, su barrio, su raíz y su esencia.

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De niño, con su perro.

Porque en Teatinos empezó todo. Hijo de Luis, taxista, y de Rosario, cocinera, comenzó a estudiar en la Colonia Ceano y luego pasó al colegio de La Corredoria. «Mi padre dijo que había que invertir en el chaval y me mandaron al Loyola, luego al Alfonso II y acabé en la Escuela de Artes y Oficios». Por el medio se puso a trabajar y con 20 años «fundé mi propia empresa de reformas».

Junto a su madre, Rosario, en El Bodegón.

Pero antes la niñez, marcada por el barrio. «Fue maravillosa jugando entre los prados o en el callejón de detrás de la gasolinera». Picardioso, «en aquella niñez pasábamos el día haciendo pequeñas maldades como cuando nos perseguía el perro de alguna finca porque nos metíamos en los maizales o cuando el policía local también nos perseguía porque nos tirábamos por lo que es ahora la avenida del Mar con una especie de patinete hecho con rodamientos y nos estrellábamos contra la pared del callejón. Éramos muy felices subiendo a Galerías Preciado para usar sus escaleras automáticas, la gran novedad. Subíamos y bajábamos sin parar». Más tarde, a «ligar» al Bombé o Cocker y muchos guateques «como los que hacíamos en las cámaras frigoríficas de Pescados Basilio (aquello ya estaba cerrado, claro) o en los bajos de la iglesia de Pumarín».

En la recreación histórica del Desarme del año pasado.

Cuanto tenía 16 años, su padre se hizo con El Bodegón, la semilla de su futuro, especialmente gracias a su madre que cocina los callos como los ángeles. Ese ha sido el gran hito de su vida. Da las reformas a la hostelería. «Mi madre, con la que tengo una unión muy especial, me pidió que le echara una mano cuando falleció mi padre y hasta la fecha sigo en esto. Me gusta, la verdad».

Tiene dos hijas que hacen desaparecer fugazmente esa mirada triste de un plumazo, cuando habla de ellas. «Olaya, doctora investigadora que vive en Madrid, y Celia, que es psicóloga».

En su día a día, «cuando no trabajo, trabajo porque me gusta ir por mis negocios y estar activo». Sale a caminar y va a nadar, madruga mucho y se acuesta tarde aunque «cuando llego a casa duermo tranquilo porque he hecho todo lo que he podido durante el día».

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Es motero y a veces hace escapadas, pero desde hace unos años, la Cofradía del Desarme es su faro. Es el hermano mayor y le pone la cabeza como un bombo de tanto pensar en cómo realizar más cosas, hacer más actividades e «involucrar a los ovetenses porque lo importante de una fiesta o de una ciudad es que la gente se involucre. En eso estamos». De los callos de Teatinos al Desarme en todo Oviedo.

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