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CECILIA PÉREZ
OVIEDO.
Lunes, 8 de octubre 2018, 02:10
José Antonio Arbiza tiene 51 años. Lleva seis en una silla de ruedas tras haber perdido su pierna izquierda después de ser diagnosticado de un cáncer de huesos. La derecha, la tiene dañada desde que un tren le arrollase cuando tan solo tenía seis años. ... Su silla de ruedas motorizada es su vehículo de transporte, su libertad. Las barreras arquitectónicas que encuentra en Oviedo, su esclavitud.
Voluntario en la Asociación de Lesionados Medulares y Grandes Discapacitados (Aspaym), José Antonio dedica su tiempo a denunciar los obstáculos que encuentran en su día a día las personas con discapacidad. Aceras sin rampas para cruzar los pasos de peatones, bordillos que superan la altura marcada por la normativa de accesibilidad, farolas en mitad de las aceras frenando el paso, edificios sin accesos adaptados. «Ni te imaginas la cantidad de fotografías y denuncias que he enviado al Ayuntamiento mostrando las dificultades que tenemos las personas que vamos en sillas de ruedas y las grandes deficiencias que hay en la ciudad y nunca he recibido contestación alguna», se lamenta.
José Antonio Arbiza reside en la residencia de Ovida en Montecerrao. Los primeros obstáculos los encuentra muy cerca: en la iglesia del Cristo de Las Cadenas. La parroquia cuenta con accesos habilitados para personas con discapacidad física en su exterior. Pero la cosa cambia una vez dentro del recinto. El primer obstáculo se lo pone un macetero de grandes dimensiones colocado justo cuando acaba la rampa que da acceso al templo. «Tengo que maniobrar con la silla para poder pasar», explica. La dificultad mayor le llega al toparse con la puerta de entrada a la iglesia. «No puedo pasar dentro», denuncia. Y no puede hacerlo porque un escalón se lo impide: «No hay rampa portátil y el párroco me dice que tampoco hay dinero para habilitar una rampa fija», lamenta. «El día de la fiesta del Cristo de las Cadenas tuve que escuchar la misa desde fuera».
Sin abandonar el barrio de El Cristo y en pleno campus universitario, los problemas se agravan. Toda la calle Valentín Andrés Álvarez, donde se encuentra la facultad de Derecho, carece de rampas para bajar y subir de la acera. Una acera que no es continua, sino que está separada en tramos para dar acceso a los edificios universitarios. Paradójicamente, dos plazas de aparcamiento para personas con discapacidad jalonan esa parte de la vía, imposible de transitar si se va en sillas de ruedas o muletas. El problema radica en que justo en la parte de la acera en la que se ubica la facultad se localiza una parada de autobús urbano, la línea C2 que comunica Lugones con las facultades. «Si quiero coger ese autobús tengo que bajarme de la acera y circular por la carretera hasta encontrar un paso habilitado para poder acceder a la acera de nuevo y llegar hasta la parada». El más cercano se encuentra a más de cien metros y para llegar a él hay que transitar por la carretera con el riesgo de sufrir un atropello, ya que el margen de seguridad es muy escaso.
Al lado izquierdo, se encuentran estacionados los coches, por lo que no se puede aprovechar ese margen de arcén. Al derecho, está la carretera con un continuo trajín de vehículos. La única rampa que hay en la calle Valentín Andrés Álvarez está en el tramo que da acceso al aparcamiento de la facultad de Derecho, pero resulta inaccesible. Su bordillo es tan alto, que una silla de ruedas podría volcar si decide sobrepasarlo.
De las dificultades que sufren las personas con discapacidad motora también dan cuenta los conductores de autobuses urbanos. Valentín Noves es uno de ellos. «Nosotros nos encontramos con la situación de llegar a las paradas y no poder dejar a las personas que van en sillas de ruedas porque hay coches aparcados en ellas que nos imposibilita accionar la rampa para que los viajeros que van en silla de ruedas puedan bajar o subir. Esto pasa todos los días», denuncia. La solución, dejarlos en otro punto más distante de la parada que no está acondicionado para ello. «Cuando pasa esto tenemos que avisar a control de TUA para que a su vez dé aviso a la Policía Local para que bien retiren el coche o bien nos den permiso para dejar al viajero en otro punto».
Sin abandonar El Cristo, la calle José Miguel Caso González cuenta con unas irregularidades de libro en cuanto a normativa de accesibilidad. La parte izquierda de esa vía, bajando de las facultades, cuenta con una acera estrecha y sin ningún tipo de acceso habilitado para personas que vayan en silla de ruedas o necesiten de muletas para caminar. Del otro extremo, sí hay acceso pero una silla de ruedas nunca podría pasar porque una farola instalada en mitad de la acera cierra el paso. La solución, transitar por la carretera. «No me queda otra opción», asevera José Antonio Arbiza.
La única manera de acceder a la acera de esa calle es aprovechar las entradas a los garajes de las casas que se encuentran en esta parte de la ciudad, en el barrio conocido como El Picayón. Tienen que hacerlo así porque no hay rampas en las aceras para ayudar a cruzar los pasos de peatones que cuentan con un bordillo cuya altura equivale a un bolígrafo Bic con su tapón incluido, 16 centímetros para ser exactos. «Esto para una silla de ruedas es inviable superar», señala José Antonio Arbiza.
Toda una carrera de obstáculos que este voluntario en Aspaym traslada también a otros puntos de la ciudad, desde El Antiguo al nuevo hospital. «Yo quiero que la gente se dé cuenta de lo difícil que lo tenemos las personas que no podemos caminar y que los políticos, el Ayuntamiento tome nota de ello», y contesten a las necesidades de multitud de personas.
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