Manuel Jiménez (Benavente, 1971) lleva más de veinte años trabajando con Cruz Roja. En este tiempo ha impartido cursos de todo tipo -empleo, valores, acción social...-, pero los que más interés están generando son aquellos que abordan el bullying. Ayer, en el impartido en Santullano, hubo más asistentes de los previstos y Cruz Roja ya estudia aumentar las plazas de estas formaciones.
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-¿A qué se debe el creciente éxito de los cursos sobre bullying?
-El tema del suicidio está a la orden del día. Detrás de este repunte hay muchos casos de acoso escolar sin resolver. Es un problema que, si no se soluciona de raíz, puede dejar secuelas profundas en los acosados, heridas emocionales con las que cargarán el resto de sus vidas. Este tipo de cursos, dirigidos a la población en general y, en especial, a profesionales del ámbito educativo, proporcionan herramientas válidas para hacer frente a un asunto tan complejo como es el bullying.
-¿Se hace suficiente en los centros educativos?
-Personalmente creo que no. En muchos colegios e institutos sigue siendo un tema tabú, algo que conviene silenciar porque da mala imagen. Hace falta empezar a llamar a las cosas por su nombre y que en los propios centros se hable de bullying. Hay que visibilizar el tema para poder buscar soluciones que involucren a toda la comunidad educativa.
-¿Qué indicios pueden alertar a los progenitores de que su hijo está sufriendo bullying?
-Como padres, conviene estar atentos a cualquier cambio en la conducta habitual. El acoso puede ocasionar trastornos en los hábitos alimenticios, dolores de estómago, dificultades para conciliar el sueño, disminución repentina del rendimiento escolar... Son pequeños detalles que activan nuestro sentido de alerta. El problema radica en que muchas veces los padres, por falta de tiempo, pasan estos indicadores por alto o los atribuyen a los cambios propios de la adolescencia.
-¿Cuál es el perfil del acosador?
-Por lo general, el acosador se corresponde con alguien impulsivo, que funciona por prontos y puede tender a la violencia. Suele ser poco empático y solidario con el resto de compañeros. El acosador siempre va a buscar como blanco a personas con poco carácter sobre quienes descargar su rabia. Una vez encontrada la víctima no dudarán en humillarla o ridiculizarla.
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-¿Qué pueden hacer los padres en estos casos?
-Lo primero es plantarse. No pueden hacer oídos sordos como el resto de compañeros o, en algunos casos, el propio profesor. Lo primero es observar si la conducta de su hijo ha cambiado de forma repentina. De ser así tocará sentarse con él o ella y preguntarle directamente qué es lo que le pasa.
-¿Y cuando el menor lo silencia por miedo o vergüenza?
-Siempre está la opción de ir a hablar con el colegio. Si los padres sospechan que su hijo pueda estar sufriendo acoso es fundamental que hagan acto de presencia en el aula, que pregunten al tutor, al orientador o a la figura que corresponda. Si la situación se desborda no queda otra que denunciar, para visibilizar el caso en el instituto.
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-A nivel preventivo ¿qué actuaciones pueden llevarse a cabo sobre el acosador?
-Los padres del acosador deben involucrarse en su educación. No pueden esperar que la formación en valores del centro sea suficiente. La convivencia se aprende en casa. El problema es que habitualmente el acosador es testigo de situaciones difíciles, tema socioeconómico, violencia... Todo esto conviene trabajarlo en equipo, tanto con el pedagogo, psicólogo, tutor, director, padres...
- Antiguamente se educaba en ese «si te pegan, pegas».
-La violencia debe ser siempre la última solución. Hay que buscar otras alternativas que impliquen comunicación y acuerdos. Nos estamos encontrando con muchos casos de adolescentes que se autolesionan o utilizan la violencia contra otros por no poder entender o aceptar eso que sienten. Yo echo en falta una asignatura que trabaje la comunicación o la gestión emocional.
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- ¿Y la amenaza del ciberbullying?
-Tiene consecuencias aún más drásticas si cabe. El hecho de que se grabe una situación de violencia y todo el mundo lo pueda ver conduce a la banalización del problema. Tiene que existir algún tipo de regulación de uso o contenidos para que estas situaciones no sean tan frecuentes.
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