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RAFAEL FRANCÉS
Domingo, 19 de febrero 2023, 16:19
Cuando no pinto, pinto; cuando no pinto, pienso; cuando no pinto, leo». Esta es la vida de un hombre tranquilo que vive en dos paraísos, su atractivo y vivido hogar-estudio, y su casa de La Linera al lado de Castropol, donde pasa el mes de agosto. Por nada del mundo querría que lo sacaran de ellos. Tal es así que cuando se plantea hacer exposiciones se le tensa la mirada, porque «hice tres en Madrid en 2021 y todavía me estoy recuperando, porque es un lío».
Bernardo Sanjurjo Castro (Barres. Castropol, 1940) es una persona amable, pausada, muy centrada en su trabajo, que es a la vez su pasión, la pintura. Afamado en los suyo, su estudio o taller es batiburrillo ingente de cosas y aperos de pintor que en un primer instante puede parecer desordenado pero si se mira con un poco más de atención, existe un orden muy cuidado en todo el conjunto. Muy luminoso, está en un ático, suena música clásica mientras que por la nariz llega el inconfundible olor de la pintura y el disolvente.
Comenzó en el mundo de la pintura con su padre, José Manuel, con el que dio sus primeros brochazos «pintando casas con diez años». Cuando no pintaba se pasaba por la tienda de telas de su madre, Dolores.
Se vino a Oviedo a los 17; necesitaba crecer y mejorar: «Trabajé en carrocerías Herrero, en El Milán y en algún sitio más hasta que a los 22 me fui a hacer la mili a El Ferrol, a la Marina. Dos años».
«Me fue muy bien porque necesitaban un pintor para pintar paneles, me presenté y a partir de ahí me salté la instrucción y me convertí en un privilegiado dentro del cuartel».
Después de un traslado a Madrid, gracias a un enchufe de «un coronel médico para el que pinté con mi padre en Castropol», se fue al Ministerio de la Marina, y ya allí empezó a estudiar Bellas Artes y «los dos años de la mili los pasé estudiando y la verdad me fue bien porque tenía una beca y no gastaba un duro porque comía y vivía en el Ministerio de Marina». Acabó Bellas Artes, hizo cursos de doctorado y aunque su intención era vivir en Madrid, «había comprado un piso antiguo en la calle Reina Victoria», hizo oposiciones de profesor de Dibujo, «las saqué con el número 1» y una hermano que era aparejador lo convenció para que cogiera la plaza de Oviedo. «Aquí sigo y creo que me vino muy bien porque necesito la soledad, la tranquilidad para trabajar. No me gusta pelear con las galerías de arte».
Viudo, padre de dos hijos (Pablo y Miguel) y tres nietos (Mateo, Olivia y Juan) fue director de la Escuela de Artes y Oficios durante quince años; hasta 1990, «hasta que dije que ya no podía más».
Mata muchos retos leyendo. «Ahora estoy enredado con la poesía, leo y hago carpetas grandes con cada poeta porque no puedo parar quieto. Estoy leyendo cosas de Olga Novo y Pureza Canelo, un par de poetisas muy buenas, la primera gallega y la segunda andaluza». «Me gustan los libros y tengo una biblioteca fenomenal que nunca soñé que podría tener», explica.
El tiempo transcurre y «solo quiero que me dejen tranquilo con mi música, mis pinceles y mi estudio».
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