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R. AGUDÍN / C. DEL NERO
OVIEDO.
Viernes, 8 de abril 2022, 04:48
Pese al enorme dolor por haber perdido a una hija, René Yunga, el padre de Erika, la niña de 14 años asesinada el martes por la tarde en Vallobín, se mostró ayer indulgente con Igor P., el moldavo de 32 años acusado del crimen: «A ... esa persona yo no le tengo odio». Estas fueron sus palabras a la salida del funeral por la muerte de la menor celebrado ayer en la capilla de las religiosas de María Inmaculada de la calle San Vicente, donde agradeció la asistencia a los centenares de personas que acudieron a darle el último adiós.
La tristeza y la emotividad inundaron la despedida, con una misa que duró sesenta minutos. Allí, el padre, la madre de Erika, Alba Alvarado, y sus dos hermanos, John y Randy, se mostraron rotos de dolor. «Mi vida, mi vida», no paraba de repetir la madre.
Una familia muy religiosa que recibió el consuelo de centenares de personas. Tantas, que la iglesia se quedó pequeña y muchos permanecieron en los exteriores, aplaudiendo a la salida del féretro y pidiendo en los corrillos Justicia por el vil asesinato.
Una hora antes de comenzar la misa, presidida por el arzobispo, Jesús Sanz Montes, los veintidós bancos de la capilla, con capacidad para más de un centenar de personas, ya estaban ocupados. Todo el mundo quiso estar presente en la despedida a Erika. Sus familiares, sus amigos, sus profesores, las religiosas del convento y numerosos ovetenses; todos aún conmocionados.
La misa comenzó con las palabras del canónigo de la Catedral, Chema Hevia, quien recordó que la pequeña Erika cumplió hace un mes catorce años y uno de los regalos que recibió fue de sor Alicia, madre superiora de la congregación de la calle San Vicente, madrina de la pequeña y que ayer se situó en los bancos reservados para la familia. Le dio un libro de lectura y un ángel con una vela. Un recuerdo que muestra la vinculación de la familia con la comunidad religiosa.
Por su parte, el arzobispo aseguró que la crudeza del crimen de Erika «no se puede explicar». «No nos consuela en absoluto que haya sido un loco, un demente, un depravado, un delincuente. Aunque caiga sobre él toda la Justicia que deseamos en un Estado de Derecho, no nos consuela porque únicamente nos consolaría poder abrazar a esta pequeña y escuchar de sus labios palabras que tienen vida y ver crecer junto a ella una vida todavía apenas comenzada», lamentó.
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Unas palabras a las que añadió que con su fallecimiento «tenemos un ángel en el cielo». «Aquí no termina la historia», dijo mirando a la familia para después añadir que «no habéis perdido a esta hija y hermana porque la última palabra tiene apellido de vida eterna y es la que Dios nos recuerda en esta tarde como humilde consolación».
Acto seguido, el tío materno de Erika tomó la palabra para recordar que su sobrina tenía «una sonrisa que contagiaba, era tan pequeña e inocente» y pidió al padre que olvide cualquier culpa por su parte: «Como seres humanos no podemos estar en todo lugar. René, estuviste cerca pero lo que pasó no es culpa tuya».
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Unas palabras que emocionaron a los presentes, entre los que estaban el alcalde, Alfredo Canteli, que dio un caluroso abrazo a los padres de la niña junto a los concejales Nacho Cuesta, Mario Arias, Conchita Méndez, Leticia González y José Ramón Prado.
La familia Yunga se dirigió después al cementerio municipal de El Salvador, donde se enterraron los restos de la niña asesinada en un acto más íntimo.
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