RAFAEL FRANCÉS
Domingo, 19 de noviembre 2023, 00:25
Es grande, de esas personas que debe dar grandes abrazos. Es afable, de esas personas con las que se disfruta hablando. Tiene un pelazo casi sin canas y un intenso flequillo. Es un artista aunque empezó de artesano y aún hoy no se ha quitado ... ni se quiere quitar esa vitola. Es sencillo, no como antónimo de complejo sino como diferente de simple y como sinónimo de educado. Para él la música se acabó con la New Wave y el cine en los años 50 del siglo pasado, es decir, no puede negar que es un clásico y como tal lo ven muchos personajes de la noche ovetense y del mundo del rock que es lo que más le gusta. También clásicos. Un ejemplo Jorge Martínez, el líder de Ilegales y «un buen amigo. «Ilegales es la banda sonora de mi vida».
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Francisco Rodríguez Álvarez (Oviedo, 1976), siempre conocido como Kiko Urrusti, es la tercera generación de escultores tras su abuelo Rafael y su padre Antonio, que desde tiempos, no tanto como inmemoriales pero casi, tiene su taller en la calle Campoamor en los bajos de la basílica de San Juan El Real. Un observador paseante de la capital seguro que reconoce algunas de las esculturas que jalonan calles y plazas de Oviedo.
Antonio, su padre, junto a Manuela, auxiliar de clínica y su hermana mayor Sandra conforman una parte de su familia. La otra parte lo hace su mujer, Patricia Baizán, con la que empezó a salir en 1997 y se casó en 2012, quince años de espera porque «estuvimos ahorrando para la boda», asegura, se ríe y culmina: «Todo lo que hago es de larga duración». Esa otra familia tiene otro miembro, «la perrina 'Kobi' que nació en abril de 2020».
Estudió en El Cristo, en educación especial porque «tenía la enfermedad de Perthes (una dolencia en las caderas) e iba primero en silla de ruedas y luego tres años con una aparato en la pierna como Forrest Gump». «Me relacioné con todo tipo de personas, aprendí respeto y a andar con pies de plomo».
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«Aunque no soy tonto no me gustaba mucho», así que allí siguió hasta que en 1994 «me fui a trabajar con mi abuelo en el taller donde fui aprendiz de los secretos del oficio del hierro, fundamentalmente». «No tuve sueldo, mi padre me daba una paga todas las semanas cuando iba a la colegio y cuando empecé a trabajar con él, cobraba la misma paga».
El paso de artesano a artista «tardé bastante en darlo aunque una vez que supe manejar el idioma del escultor, siempre autodidacta, dirigí mi camino aunque mi abuelo y mi padre me aconsejaban».
De su abuelo guarda infinidad de recuerdos como su amistad con Alfonso el dibujante «que me regaló un reloj en una servilleta porque andaba sin reloj cuando íbamos a una tertulia que tenía en La Ronda (en los bajos del edificio La Jirafa), que había decorado mi propio abuelo».
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Kiko Urrusti camina por la vida ya sin hierros y con la seguridad y el aplomo del que considera que su vida es razonablemente buena y feliz. Era y es artesano, pero, sobre todo, es un artista reconocido y un tipo afable, cercano, familiar, muy de Sivares y lleno, muy lleno de vida.
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