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ROSALÍA AGUDÍN
Domingo, 8 de mayo 2022, 00:55
Manuel García Linares, más conocido como Manolo Linares, comenzó a pintar con solo tres años. Y tiene una carrera prolífica. Sus obras han viajado por numerosos países: Francia, Puerto Rico, Santo Domingo, México, Reino Unido, Estados Unidos, Dinamarca... Eso, pese a que ha sido un ... artista que «nunca ha tenido una beca ni salario» y autodidacta. Hoy en día conserva tres estudios, donde crea auténticas obras de arte: en Madrid, en Navelgas y en Oviedo. En la capital asturiana es feliz junto a su nieto Yerai, nacido tres días antes del confinamiento. Con él disfruta recorriendo el Campo San Francisco y observando la escultura '¡Adiós, Cordera!', uno de sus trabajos más emblemáticos.
Linares nació en Navelgas en 1943. Hijo de Manuel García, conocido como 'Lulo Nieto', y Enriqueta, 'Queta', empezó con tres años en el Jardín de Infancia de la localidad tinetense. Cuenta que un día se le olvidó el libro para aprender a leer y sus maestros le pusieron con los mayores a hacer dibujo técnico. Y le gustó. Mucho. Tanto, que a la semana siguiente, para repetir, se le volvió a 'olvidar' el ejemplar. Era una pillería. A la entrada del centro había un huerto y ahí lo tiraba... hasta que lo descubrieron. «Los profesores fumaban bastante y salían a esta zona, lo vieron y se me acabó la aventura».
Disfrutó de una infancia «maravillosa», en la que recuerda que usaba como libretas de dibujo «las cartillas de racionamiento». Con nueve años ingresó en el colegio de los Dominicos, hasta que «en cuarto empecé a flojear», y le escolarizaron en el San Isidoro. Y a partir de ahí «me metí en la Escuela de Artes y Oficios de la calle Rosal».
Tiene varias anécdotas de aquella época. Un día, mientras pintaba en El Fontán, un policía se le acercó y «me pidió la licencia». Como no la tenía, con su caballete a cuestas fueron a comisaría, situada donde el Ayuntamiento», y pudo marcharse cuando se aclaró el asunto. Al agente «le habían dicho que identificase a quienes pintaban en las fachadas y yo estaba pintando una fachada» sobre su folio en blanco.
La pintura siempre ha marcado su vida. A Linares le reconocieron en esas primeras décadas con una serie de premios y recibió formación en los talleres de dibujo de Saint Germain de París en 1962. Así, pasó una etapa de residencia alternada entre la capital francesa y Oviedo. Hasta que en 1975 se casó con Isabel Marsá, profesora de inglés. El matrimonio se fue a vivir a Sheffield (Inglaterra), hasta que ella sacó la cátedra en el instituto de San Isidoro de Madrid y se trasladaron a la capital. El matrimonio tuvo dos hijos, Jaime y Almudena, y estableció su estudio en la calle Galileo. Allí este asturiano desarrolló gran parte de su carrera - «hay diccionarios que dicen que soy un pintor madrileño», bromea-. Fue al enviudar cuando regresó a su tierra. «Me gusta pintar de todo; el mundo del arte es caótico y hemos vivido su deshumanización. No sé lo que es el arte, yo solo pinto». Además, ha sido impulsor del bateo del oro y de citas como el Día de los Pueblos de Asturias o el Festival del Esfoyón, entre otras actividades, con el fin de mantener vivo el mundo rural que refleja a través de sus cuadros.
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