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RAFAEL FRANCÉS
Domingo, 6 de noviembre 2022, 01:05
La historia de Susan Schmicksath Marksham es una historia de esfuerzo, superación, educación, clase, inteligencia y, sobre todo, mucho amor. Porque hay que amar mucho a alguien para abandonar tu país, Estados Unidos, en 1968 para irse a vivir a España con un joven médico enamorado de su profesión, el difunto y recordado neumólogo Jaime Martínez, para la que le faltaban horas en el día y, con todo, fundar una familia (cuatro hijos), y ser el pilar básico de la misma cuando «en España en aquella época los hombres estaban educados para ser unos inútiles en las tareas del hogar y no hacer nada en casa». Vive rodeada de sus recuerdos en su casa de Oviedo pero no mira con tristeza su vida ni recuerda con dolor a su marido. De su boca solo salen historias amables y muy buenos recuerdos, como las estancias de su bonito piso jalonadas de innumerables fotos y objetos que muestran una intensa vida familiar. De su terruño guarda un marcadísimo acento norteamericano.
Susan nació en Seal Beach, una localidad de Los Ángeles -se puede traducir con la playa de las focas-, en una casa de dos habitaciones para «mis padres, mis cuatro hermanos y yo, una abuela con alzheimer y un abuelo materno que pasaba temporadas con nosotros». No eran ricos ni mucho menos, pero fiel al espíritu norteamericano, «mi padre (que combatió en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial) buscaba serlo y trabajó en infinidad de cosas para mejorar nuestra vida y estudió Matemáticas en la Universidad. Poco a poco fue prosperando y todo mejoró», explica.
Estudió español en la Universidad de California y en el tercer año «me concedieron una beca para estudiar en la Complutense en Madrid». Aunque aún no lo sabía eso le cambió la vida. En Madrid conoció a un joven médico asturiano que jugaba al rugby y «al que entendía poco porque mi español era malo». La comenzó a rondar hasta que en 1968 se casaron en Covadonga.
«El primer destino de Jaime fue un hospital de Nueva York. «Yo sabía que no estaríamos mucho allí porque él quería volver a España y así ocurrió, ganó la plaza en Oviedo y nos vinimos», rememora.
«El principio fue muy duro en Oviedo completamente sola porque Jaime trabajaba mucho pero con tres hijas empecé a conocer a otras madres y esposas de compañeros de Jaime y me fui haciendo mi pequeño mundo». De hecho, se matriculó en Magisterio.
De aquellos tiempos recuerda los comienzos en la segunda gran pasión de su marido, la ópera. «Nunca había estado en la ópera y me fue gustando porque hay momentos realmente celestiales aunque si le digo la verdad me cuesta mucho aguantar cinco horas de Wagner», reconoce.
En 1999 le diagnosticaron un tumor a Jaime Martínez y «a partir de ahí empezó a aprovechar el tiempo al máximo». Fue presidente del rugby y entró en la ópera. «Sus últimos años fueron felices, muy felices con el apoyo de sus hijas», asegura Susan sentada entre sus recuerdos con mirada serena y una bondadosa sonrisa.
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