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IDOYA REY
Domingo, 25 de enero 2015, 00:40
Ocultos, allí donde termina la zona centro y comienza el barrio de Vallobín, casi avergonzados, víctimas del malquerer de la piqueta, sobreviven cinco arcos de un monumento que trajo el agua a la ciudad, que recibió elogios de Jovellanos, entre muchos otros, pero que hace ahora un siglo sucumbió al progreso. El acueducto de Los Pilares perdió sus primeras piedras un 11 de enero de 1915, un derribo que se inició en la sombra, oculto, callado. Hasta ese día, los 41 arcos de la construcción consiguieron sortear varias tentativas de demolición. Durante doce años, los vecinos de la ciudad pelearon por conservar esa parte de su historia. No lo lograron.
fue el año en que los poderes públicos decidieron acometer una importante obra, la traída de Fitoria para captar agua del manantial. Para ello era necesario la construcción de toda una infraestructura que incluía el acueducto de Los Pilares. Las obras, según recoge el llamado 'Libro viejo de Fitoria', se desarrollaron entre 1568 y 1600. El trazado de la traída era de unos ocho kilómetros y el acueducto estaba formado por 41 arcos, con una longitud de 390 metros y una altura de 10 metros. La obra tuvo grandes costes por diversos cambios del proyecto. El incremento de la demanda de agua hizo que en 1866 se autorizara la captación de aguas de los manantiales de Ules y Lillo. Fue el principio del fin del acueducto de Los Pilares. Foto Antiguo Acueducto Los Pilares. (Mario Guillaume, Oviedo).
Las primeras voces que sonaron en pro de su desaparición se remontan a 1902. Varios concejales presentaron un expediente en el Ayuntamiento proponiendo el derribo ante «la inutilidad de los arcos de Los Pilares y que nada benefician al ornato de la población», relata el expediente de octubre de ese año conservado en el Archivo Municipal.
Consideraban quienes tenían intereses en el proceso que su desaparición era necesaria para el plan de urbanización proyectado para los terrenos de Llamaquique, y para que esa modernización llegara a las vías del tren «a fin de lograr un embellecimiento del ensanche, remediar la falta de casas que hoy tanto se siente, dada la importancia y el aumento considerable de habitantes que ha tenido la ciudad».
El arquitecto municipal Juan Miguel de la Guardia emitió un informe en el que describía que la construcción «no puede considerarse como un monumento artístico ni histórico». No obstante, apuntaba que «es de efecto agradable y pintoresco, y constituye una nota característica de la antigua ciudad». Decía que no existía ningún fundamento, fuera de lo moral, «que aconseje la conservación de dicha obra» y que su conservación podría acarrear gastos futuros. Alertaba, asimismo, de una de las claves que terminaría con Los Pilares: podría ser un obstáculo para el creciente movimiento de la estación de los ferrocarriles del Norte, «que puede considerarse como el puerto de comercio de la ciudad».
Parecía que Los Pilares tenían los días contados. No obstante, el Ayuntamiento aprobó, de acuerdo con el informe de la Comisión de la Policía Urbana, que deshacerse del acueducto no era una absoluta necesidad en aquel momento.
El alivio para el monumento no duró mucho. Dos años más tarde la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte solicita el derribo para ejecutar su plan de expansión en las instalaciones. Esta vez, según un informe de 1905, la Comisión de Policía Urbana recomendaba el derribo. La Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos, con Fermín Canella, quien fue un firme defensor del acueducto, como vicepresidente, se opuso. Canella, además, envió su argumentada posición al Gobierno Civil y al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. En enero de 1906 se paralizó el derribo y el ministerio solicita el perceptivo informe de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La ciudad y la prensa de la época se opuso.
La tregua duró hasta abril de 1910, cuando la Corporación municipal volvió a las andadas. La polémica saltó a la calle y contagió a muchos ovetenses que usaban las páginas de los periódicos para mostrar su descontento. En el momento decisivo en diciembre de ese año se aprobó, pero con un matiz: «Los arcos no se derribarán hasta que no se convengan las ventajas o mejoras» a obtener por parte de Ferrocarriles del Norte. Y no debieron presentar ningún plan compensatorio porque Los Pilares volvieron a sortear la piqueta.
«Lo antiguo desaparece»
Cuatro años más tarde, en 1914, un concejal solicitó al alcalde que firmara el derribo, pues los materiales aportarían 5.000 mil pesetas y las obras podrían dar empleo a 50 trabajadores. El regidor finalmente firmó la orden usando como argumento una frase recogida en la publicación 'Oviedo, crónica de un siglo': «Los Pilares son una obra antigua, pero todo lo antiguo está llamado a desaparecer». Una vez con el beneplácito de la rubrica, arranco un derribo callado, oculto.
Un día después de los primeros trabajos la prensa protestaba por la abominable demolición, aunque no se consumó en su totalidad. Los trabajos se detuvieron al llegar a las vías del tren, a la altura de la calle Independencia. La Comisión de Monumentos Históricos volvió a informar de lo ocurrido, reprochando que el Ayuntamiento había obviado la norma y no había solicitado los informes a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El informe llegaba en marzo de 1915, ya con parte del acueducto derribado. El informe era contrario al derribo.
Pasaron tres años, y esta vez el expediente de la Compañía del Norte incluía el compromiso de prolongar la calle Independencia, construir un terraplén con jardines, un muro y otras mejoras de la ciudad. Los Pilares ya tenían la suerte echada.
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