Es el lugar donde se encuentra Asturias. Una zona de confort en que la actividad autonómica pretende ser únicamente de gestión: cobros y pagos del aparato administrativo. Eso, claro, junto con protestar al Estado y compadecernos de lo maltratados que estamos. O sea, ver como ... los agravios comparativos se suceden -ejemplo, el peaje del Huerna- y no hacer nada para incrementar nuestro nivel de autogobierno. Tal parece, digo, que ese es el discurso predominante ahora que se quiere iniciar una reforma del Estatuto. Una norma que va a cumplir 40 años y está amortizada en ciertos aspectos. Sin embargo, solo se menciona al bable. Ya saben, fuente de todos los males habidos y por haber. Su presunta cooficialidad acapara el debate político hasta presentar esta reforma como una especie de involución, mientras que se ningunea el resto de las posibilidades que ofrece. Dicho de otra manera: renovar nuestro Estatuto autonómico no es ninguna amenaza, sino una fuente de oportunidades. Lo contrario, seguir como siempre, es abocarnos a esa muerte dulce que cada día vivimos.
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Como bien sabemos, la gestión de la pandemia ha sido traspasada a las comunidades autónomas. Es necesario reaccionar de forma rápida ante las sucesivas oleadas del virus, mientras el Ejecutivo central ve la vida pasar. Se necesita, pues, una figura jurídica que permita legislar con urgencia: el decreto ley. Actualmente, no está contemplado. Con el invierno llegan las riadas y la queja siempre es la misma: no están limpios los cauces de los ríos. Los afectados acusan a la Confederación Hidrográfica del Cantábrico (CHC) de la falta de mantenimiento. Es decir, de ser un órgano burocrático que ni hace, ni deja hacer. El Principado quiere llevar su gestión. En definitiva, lo normal. La red de Cercanías ferroviarias es un desastre. El ancho métrico (la antigua Feve) no interesa al Estado. La ha dejado caer hasta límites insospechados. Vamos, a la altura de los trenes del antiguo oeste americano. Promete inversiones y luego nunca cumple. Lo que podría ser una malla ferroviaria que conecta Asturias, se ha quedado en un medio de transporte residual. Se utiliza cuando no queda más remedio. Así, sin unas buenas conexiones, resulta imposible construir cualquier área metropolitana. Si no asumimos esta competencia -con el traspaso de los fondos correspondientes- acabará por desaparecer. Pregunto: ¿Hace falta salir o no de la zona de confort?
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