Parece una versión del susto o muerte que, en forma de desgarro o sumisión, anuncia una nueva era. Eso también lo anunció otro 17 de marzo, pero de hace 31 años. Aquel día, el pueblo de la URSS respondió a la pregunta de si consideraba ... necesaria la preservación del Estado soviético como federación de repúblicas soberanas, las cuales garantizarían los derechos y libertades individuales. Contestaron 148 millones, el 76,4% lo hizo a favor, algo menos en Ucrania, donde, además, se preguntó si tal unión debería reconocer expresamente su soberanía, declarada antes por su recién constituido Parlamento. Abrumadoramente dijeron que si. Aunque Ucrania no quiso firmar el nuevo Tratado de la Unión dio igual, pues el acto no pudo celebrarse porque se produjo el golpe de Estado de agosto de 1991, que intentando preservar el antiguo Estado aceleró su disolución, cuando los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorusia llamaron por teléfono a Gorbachov para comunicarle que ponían fin a una relación de 69 años.

Publicidad

No era la primera vez. Ucrania ya lo había hecho en 1917, cuando fijó sus fronteras y sus vecinos bolchevique intentaron alterarlas con «medidas activas». Desde entonces el nacionalismo ucraniano estuvo tratando de asentarse entre la ucranización y la desucranización de un país determinado por la geografía, y que es moneda de cambio entre poderosos vecinos. Como se vio en 1994, cuando cedió a Rusia su arsenal nuclear a cambio de que los avalistas le garantizasen su integridad. Que tuvo la inflación más alta del mundo en la década de 1990. Y que desde 2013 no levanta cabeza, quizás como consecuencia del acogotamiento externo y de la corrupción interna, y cuyo presidente P. Porosenko vio al país amputado, aplicó la ley marcial, utilizó, de nuevo, el idioma como arma de división, manipuló el poder judicial, colonizó clientelarmente la administración y salió en los Papeles de Panamá. En 2019 la elección de V. Zelensky, con el doble de votos y repartidos por toda Ucrania, fue una manera de reaccionar contra ese estado de cosas, para recuperar la economía mejorando la democracia.

El asunto es que ambos han tenido una trayectoria parecida en Ucrania y en Rusia, donde Putin fue escogido para poner orden en el segundo ciclo de su transición. Utilizó la técnica susto o muerte, que afirmó en los primeros meses de gobierno, destruyendo Chechenia, apagando el terrorismo incendiario, controlando las grandes empresas, el suministro de gas a Europa y después la región, como demostró en Georgia en 2008.

No lo hizo solo, se rodeó de los que la UE llama 'facilitadores del círculo próximo', con quienes escenificó el 24 de febrero el inició de su 'operación especial' en Ucrania. Según 'Le Monde', unos son testaferros, como A. Ousmanoz , con una fortuna de 18 millardos de dólares, o G. Timchenko, con 22, propietario de Novatk, a la que está asociada la francesa Total. Otros son antiguos camaradas del KGB que dirigen grupos públicos, como Trasneft, o Rosnef, socio de BP, o Gazprom, asociada con Shell. Otros se sitúan al frente de grupos privados.

Publicidad

Este clan desplazó con rudos modos al anterior. De ello podría dar fe Boris Berezosvki, exiliado en Londres y encontrado muerto en el baño de su casa en 2013. V Gussinski, detenido en 2000 y ahora parece que vecino nuestro. Mikhail Khodoroski, patrón de la petrolera Lukos, acusado de evasión fiscal y encarcelado 10 años. O el rey del aluminio O. Deripaska, humillado delante de las cámaras de TV por un sobreactuante Putin...

El tercer ciclo no ha comenzado ahora. Quizás arrancó en noviembre de 2013, cuando la delegación ucraniana que iba a firmar el protocolo de adhesión a la UE renuncia a hacerlo el mismo día. Los europeístas se movilizan y se concentran en el Maidán, donde al cabo de tres meses son disueltos a tiros por misteriosos hombres de negro. El presidente Yanukovic huye a Moscú. En Crimea aparecen misteriosas tropas, que un mes después ya tienen enseña, con la que protegen un referéndum ilegal, según la ONU, cuyo resultado segrega la República Autónoma de Crimea de Ucrania y la integra en la Federación Rusa. Inmediatamente comienzan las revueltas en el Dombás, con soldados irreconocibles, que todo el mundo sabe de dónde vienen. Dicen que a proteger a los rusos hablantes de los fascistas ucranianos. Pero no parece colar, pues en las elecciones de 2019 el presidente Zelensky fue votado en toda Ucrania, tanto por rusohablantes como por ucranianoparlantes, todos hartos de la corrupción y de la división.

Publicidad

La invasión marca el comienzo de una nueva era. Tras 30 años de crecimiento económico global, vuelve la geopolítica con una guerra. ¿Podrá salir de ella una Europa con personalidad propia para, aliada a EEUU, crear una super-alianza liberal? Por lo pronto, la OTAN ha resucitado de su 'muerte cerebral' y su 'concepto estratégico' se verá en Madrid en junio; pero antes la UE calibrará su 'brújula estratégica'. Mientras, China acaba de firmar un acuerdo de suministro de gas para 30 años con su 'socio ruso, y no olvida sus áreas de cooperación' para la nueva y no tan confiable era, en la que 'los platos chinos se llenarán con comida china', y occidente no podrá contar con aliarse con uno contra otro.

Puede que míster Putin cese la destrucción cuando sienta el aislamiento de la comunidad mundial y su socio le señale el límite de su amistad, cuando considere suficientemente tensado el dogal que ha extendido sobre el mar Negro desde Transnistria a Abjasia, y cuando obtenga alguna garantía sobre la neutralidad de Ucrania. Que Bielorrusia, sin embargo, parece abandonar, ya que a finales de febrero ha modificado su Constitución para obviar la referencia a su neutralidad y a su desarme nuclear.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad