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Se comienzan a relajar las restricciones y evaluar, desde distintos organismos internacionales, la pandemia. Es el momento de precisar algunas cosas. En términos de Bunge (1976) un sistema tecnológico se define como «un dispositivo complejo, compuesto de entidades físicas y de agentes humanos, cuya función ... es transformar algún tipo de cosas para obtener determinados resultados característicos del sistema». Los elementos que caracterizan a un sistema tecnológico, según Quintanilla (Teorema, 1998), son: A) Los componentes materiales. Se trata de las materias primas que se utilizan y se transforman en el sistema tecnológico (uranio enriquecido, como combustible para centrales nucleares o para producir bombas atómicas; virus o bacterias, que se manipulan para que sean letales en una guerra biológica...) y el equipamiento, es decir, los componentes técnicos del propio sistema (reactores, laboratorios que permiten manipular genéticamente virus o bacterias). B) Componentes intencionales o agentes. Los agentes de un sistema tecnológico son generalmente individuos humanos -en este caso científicos e ingenieros-, que actúan en el sistema. Pero puede ser que esas funciones sean transferibles a mecanismos de control automático (computadoras). C) La estructura del sistema. Podemos definirla como las interacciones entre los componentes del sistema. Distinguiremos dos tipos: relaciones de transformación y de gestión. Entre las primeras se pueden distinguir los procesos biológicos que se producen cambiando los componentes materiales (virus) y las acciones de manipulación que llevan a cabo los agentes intencionales. Si el sistema se automatiza, las operaciones de gestión se suelen reducir a observar los indicadores de alarma que marcan las computadoras. D) Los objetivos. Un sistema tecnológico se diseña para conseguir determinados objetivos. Los que manipulan virus pueden tener, entre otros, dos: poder crear algún antídoto contra el mismo, o modificarlo para que los que se infecten y no posean el antídoto enfermen o mueran. E) Los resultados de las acciones intencionales. A veces, no coinciden con los objetivos. Puede suceder que no se consigan: el virus se escapa al control de los agentes intencionales, o se obtienen resultados que nadie pretendía, como la pandemia que estamos padeciendo. No sabemos si en el laboratorio militar de Wuhan -sistema tecnológico- se investigaba para obtener un virus que pudiese destruir el excedente de población, en caso de colapso de un planeta con recursos finitos; eliminar al enemigo en una guerra biológica o desarrollar fármacos contra este tipo de patógenos.
Hechas estas prolijas precisiones, vaya por delante que niego las hipótesis conspiranoicas, porque no afirmo sino que pregunto. En el caso de que el virus sea un proceso natural de zoonosis, ¿no es demasiado casual que el virus surgiera en Wuhan, donde hay un laboratorio que manipula este tipo de virus? ¿Por qué ocurrió en Wuhan y no en cualquier otra parte del mundo? ¿No es demasiado casual que los dispositivos tecnológicos y plataformas que permiten la conexión 'online' para que podamos teletrabajar (viejo objetivo del capitalismo omnívoro neoliberal) estuvieran preparados por si sucedía un acontecimiento de estas características? ¿No es demasiado casual que el nuevo orden mundial se haya acelerado con la pandemia? Preguntas sin respuestas.
En cualquier caso, sea un virus que se 'fue de las manos', o un proceso natural de zoonosis, tras lo ocurrido no podemos seguir como si no hubiese pasado nada, y creo que tenemos que exigir la creación de un organismo internacional independiente de gestión de riesgos. En el caso de que el SARS-CoV-2 sea un tecnovirus, cuyo objetivo fuese utilizarlo en una guerra biológica, lo que ya ha sucedido, aunque sea inintencionadamente -la más peligrosa de las hipótesis- o una investigación fallida, cuyo objetivo era estudiar este tipo de coronavirus, es urgente en ambos casos que haya un control sobre este tipo de laboratorios biotecnológicos (hay unos cuantos en el mundo), del mismo modo que existe el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) que supervisa los laboratorios atómicos.
Vivimos en un mundo globalizado en la ciencia y la tecnología y el desarrollo de los sistemas tecnológicos ha permitido saltar fronteras. Primero fue el núcleo del átomo, luego fue la célula; después hemos secuenciado los genomas de virus y bacterias, penetrando en los arcanos de la vida y somos capaces de recombinarlos; y ahora, hasta nuestra privacidad se ve alterada por fríos algoritmos que dan miedo. En los sistemas complejos están interconectados tanto los componentes materiales, los intencionales, las estructuras, los objetivos y los resultados, pero hay otros que no lo están, porque aparecen interferencias con distintos grados de intensidad y cambios insospechados que introducen nuevas variables de influencia. Generalmente impredecibles, porque pequeñas variaciones en las condiciones iniciales provocan consecuencias indeterminadas (Teorías del caos).
En conclusión, el mundo por el que transitamos en este siglo XXI necesita desarrollar urgentemente una tecnobioética y un organismo internacional de control de laboratorios, como el de Wuhan, al objeto de establecer los límites de lo que se puede hacer y lo que no, al manipular la Naturaleza. No hacer nada y después de lo ocurrido, volver sin más a la 'normalidad', nos conducirá inexorablemente a próximas catástrofes; sean ecológicas, biológicas, económicas, o políticas autoritarias globales, sustentadas en una ciencia y una tecnología sin escrúpulos. Si los ciudadanos no nos hacemos cargo de lo que nos pasa, peligra nuestra supervivencia en el planeta. Nos queda poco tiempo si no actuamos y solo nos limitamos a recomponer lo que había antes de la COVID-19. Independientemente de que el SARS-CoV-2 sea natural o un producto de laboratorio, es necesario discrepar de la tecnopolítica autoritaria creada con la pandemia, que amenaza seriamente los sistemas democráticos.
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