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La reinserción, como pilar del derecho de un estado garantista como el nuestro, es una visión puramente circunstancialista del crimen, por la cual se cree que una persona llega a cometer un delito sumido en unas circunstancias personales: educación, forma de relacionarse, necesidades y que ... éstas pueden ser cambiadas y el individuo reeducado.
Esta visión optimista del delincuente olvida un dato fundamental: que todo ser humano, existencia, es una esencia sumida en unas circunstancias, y si esa esencia es psicopática, entonces, la reinserción es muy difícil, dado que lo que hace la reeducación es, en todo caso, perfeccionar la actuación para no ser descubierto y castigado.
Hablemos de un agresor sexual, en concreto un violador, un sujeto que con violencia o intimidación atenta contra una persona con acceso carnal (vía vaginal, anal o bucal) y se convierte en un preso modélico, cumple con el tratamiento y cambia su actitud, pero ¿ha cambiado su esencia? Y si esa esencia fuese de violador, es decir la actuación de cosificación sexual violenta e instrumentalización de las personas, ¿habría cambiado esa psicopatía sexual? O es algo así como una fatal adicción...
Imaginemos el caso del alcohólico cuya adicción le ha llevado a cometer un delito, por ejemplo un homicidio imprudente conduciendo bajo los efectos del alcohol. Cumple pena de prisión y se somete a un tratamiento para tratar esa adicción. Será difícil saber, antes de que salga a la calle, si ese tratamiento ha hecho efecto, dado que no hay alcohol a su disposición en la cárcel. En el mejor de los casos volverá a la sociedad deshabituado del alcohol y sin reincidir. Otra posibilidad es que vuelva a caer en la adicción a la bebida, pero reeducado en no volver a coger el coche bebido, y no reincida nunca. Esto es así porque en este caso adicción y delito son cosas separadas.
Caso diferente es el del agresor sexual que ha sido valorado como depredador, desviado, parafílico, sádico o con conductas psicopáticas, a través de las guías estructuradas como el 'Sexual Violence Risk Assessment-20 (SVR-20)', que nos hablan de la peligrosidad del individuo y de devolverlo a la sociedad.
Veamos: si la reincidencia delictiva general está en torno al 40%, y la reincidencia en las agresiones sexuales, en torno al 10%, podemos decir que tiene más posibilidades de reincidir un ladrón que un violador, pero evidentemente las consecuencias para la sociedad no son ni comparables ni asumibles.
Además de que muchas reincidencias sexuales quedan silenciadas (de modo que el porcentaje real sería mayor) con abuso a menores, agresiones a profesionales del sexo como prostitutas o consumo de pornografía infantil y de menores de edad que provienen de redes criminales de explotación sexual.
Por lo tanto, la conducta ejemplar en prisión, la adhesión voluntaria a tratamiento y el desempeño de labores dentro de la cárcel no son suficiente para entender que un agresor sexual realmente se ha reeducado y no reincidirá: primero, porque dentro de la cárcel no hay objetos de su deseo; segundo, porque las cifras hablan y tercero, un muy alto porcentaje de los agresores sexuales valorados tienen conductas de psicopatía, trastorno antisocial de la personalidad.
Su carencia de empatía produce inexorablemente la cosificación de las personas para el cumplimiento de sus deseos (u objetivos), por lo que su esencia y su adicción es consustancial al delito, y eso actualmente es imposible de cambiar, porque aún no hay estudios unánimes sobre la psicopatía y menos sobre la psicopatía sexual y no existe tratamiento farmacológico específico para tratarla. Y con palabras y educación no basta.
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