![La violación de las mujeres](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202209/05/media/cortadas/violencia-machista-kE0G-U1701153859880umC-1248x1300@El%20Comercio.jpg)
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Este no va a ser un artículo agradable. Puede uno imaginarse un montón de salvajadas, pero hay otras que ni siquiera están en el radar. Las fístulas obstétricas, por ejemplo. Normalmente se producen por una distocia, cuando la presión de la cabeza del feto estrangula ... la circulación de la sangre por el tejido que separa la vagina del recto, o la vagina y la vejiga, o a veces ambas cosas. El resultado es la necrosis del tejido, que acaba por abrir un agujero entre dichas cavidades, y como consecuencia las mujeres son incapaces de retener la orina y las heces, que salen por vagina. Se pueden imaginar la humillación y el rechazo que eso puede producir. En el mundo rico casi no existe por la atención médica y las cesáreas, pero en África, esto está al orden del día. Dicha fístula también se puede producir por los desgarros uterinos durante el parto que, dependiendo del lugar del mundo, es una ruleta rusa. O mismamente por una violación.
Cuando hablamos de agresiones sexuales, en España tenemos en mente las manadas, secuestros y asesinatos, la sumisión sexual, la culpabilización de la víctima por cómo se viste o se maquilla, etc… En concreto, en Asturias tuvimos 215 víctimas en año y medio, 45 de ellas menores de edad. Aquí parece que los protocolos funcionan con relativa eficacia, implicando a Policía, abogados y psicólogos. Todo esto, siendo malo, no es lo peor. Porque la madre de todas las pesadillas está en África. Allí, en concreto en el Congo, hay historias que uno no puede leer sin quedarse estupefacto. Un estudio que se hizo en 2011 habla de 400.000 mujeres violadas al año, y Denis Mukwege, el autor del ensayo que nos compete hoy, 'La fuerza de las mujeres' (Galaxia Gutenberg), médico y especialista en este tipo de agresiones, piensa que no es descabellado en absoluto. No estamos hablando de un aquí te pillo aquí te mato, no, se trata de otra cosa, de algo mucho más atroz y encarnizado. Hablamos de madres que son violadas ante sus hijos, e hijos que son obligados a violar a sus madres ante los soldados que les apuntan con sus fusiles. Hablamos de niñas violadas por veinte o treinta hombres, cuyos cuerpos quedan destrozados. Hablamos de soldados que introducen sus bayonetas por las vaginas y los anos. Hablamos de mujeres retenidas durante meses como esclavas sexuales, golpeadas, cuya salud mental va haciéndose trizas. Hablamos de embarazadas que, como ya no pueden ser utilizadas como juguetes sexuales, se las liquida a machetazos. De todo esto hablamos.
¿Por qué violan los hombres?, se pregunta el doctor Mukwege. Y la respuesta es más compleja que reducirlo a monstruos o psicópatas. La guerra contra los cuerpos de las mujeres es una decisión deliberada y consciente cuya base es el desprecio por su vida en general. Las mujeres no tienen peso específico, son objetos que se compran y venden, se utilizan, se disfrutan, son mero botín de guerra. Desde luego, la violación como arma es una constante en la historia: los soldados alemanes violaron a mujeres en todos los países que invadieron, los rusos devolvieron la pelota violando a dos millones de alemanas. Las tropas imperiales japonesas que invadieron Nankin en 1937, cometieron veinte mil violaciones durante el primer mes de ocupación, habiéndose documentado el uso de palos de bambú y cuchillos en las vaginas. En la antigua Yugoslavia, los serbios crearon un campamento específico para las violaciones en la tristemente célebre ciudad de Foca. Violaciones masivas en Ruanda, Liberia, Sierra Leona, Myanmar, Sudán, México… No hay punto en el mapa donde no se produzcan. Hay un estigma universal.
El doctor Mukwebe nos cuenta su lucha en el Congo tanto contra las consecuencias médicas como por la recuperación psicológica de las mujeres (si tal cosa existe). No hay cultura, no hay recursos económicos, no hay responsabilidad, no hay voluntad de lucha contra la corrupción. Y, aún así, existen avances: se abren hospitales, el Tribunal Penal Internacional incoa causas contra criminales de guerra, se crean escuelas (una de cada tres mujeres congoleñas es analfabeta). En condiciones patéticas, sí, pero se logran ciertos avances. Aunque, sobre todo, se lucha contra el señalamiento, contra la mácula, a fin de que las mujeres puedan sobrevivir no solo a las heridas, sino al rechazo de toda una sociedad. Una mujer violada cree que ya está muerta, son repudiadas, se las considera de alguna manera responsables de la agresión. Las mujeres congoleñas son, a veces, rechazadas por los líderes de sus iglesias, acusadas del pecado de ser violadas. También son expulsadas de los hogares familiares, de sus pueblos, condenadas al ostracismo, insultadas. Imagínense la angustia, la depresión, la vergüenza. La desesperación.
Las estadísticas mundiales de violaciones son preocupantes. En Estados Unidos, una de cada cinco mujeres declaraba haber sido violada o haber sufrido un intento alguna vez en su vida (unos 26 millones de mujeres). En el Reino Unido el 20% de las mujeres afirmaba haber sufrido algún intento de agresión sexual, igual que en Australia, mientras que en Francia la cifra se quedaba en el 15%. En los campus universitarios y el Ejército los abusos sexuales, manoseos, agresiones, violaciones, revelaban cifras escandalosamente altas. En España se cometen unas seis violaciones al día (en 2021 hubo 2.143 denuncias), lo que supone un incremento del 32% respecto a 2020. Y los números van en aumento. Las causas son de varia condición, pero entre ellas, igual que en el Congo, no falta el cuestionamiento de la víctima.
Denis Mukwege cuenta una escena que puede ser motivo de esperanza (o no): durante la visita de un durísimo general, este fue testigo de la confesión de una niña, quien había sufrido una violación múltiple, y luego había sido apuñalada en los genitales. El general, nadie sabe por qué, empezó a llorar y acabó desmayándose. Actualmente, sigue sin saberse la causa. Ustedes pueden hacer sus conjeturas.
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