Como si fuera un combate de boxeo, a un golpe del menudo contendiente el pesado rival responde con una salva de misiles inteligentemente dirigidos a aterrorizar a la población y hacerla sufrir cortándole suministros indispensables. Es el triste recuerdo de la tragedia ucraniana, que renovada ... se representa en Europa, a la que amenazan con el Armagedon. Y mientras tanto la vida sigue. Alejados de la niebla de la guerra podemos valorar otros paisajes, que constituyen lugares de nuestra memoria compartida. Propongo volver a los de Soria, la provincia situada en las tierras altas del Duero, que comparte con Asturias el mismo ritmo sosegado en la construcción de sus infraestructuras de comunicación, pues su autovía, presentada en 1989, aún está por concluir, lo que la deja en un espléndido aislamiento. En él, su pequeña capital contabiliza algunos habitantes más que Mieres. Con ellos crea un mundo propio muy original en una provincia que reúne menos habitantes que Avilés y Corvera juntos.

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Muchas cosas llaman la atención en Soria. Por ejemplo, el club de fútbol Numancia, que salta a Los Pajaritos envuelto en un suave murmullo de voces femeninas, que por los altavoces entonan su himno. Por ellos también suena 'Vino griego', cuando el equipo local perfora la red contraria, lo que nos habla de la conexión de la ciudad con la mancha ibérica que se extiende hasta la francesa Bayona, donde sus vecinos lo comparten como cante festero. Como su campo de futbol, Soria es atildada, de alameda recoleta y dorada, y eje central histórico, al que rodean unos barrios nuevos bien urbanizados, con aceras que por estas fechas son cubiertas por una alfombra de hojas amarillas, cual civilizada ciudad del noroeste de Estados Unidos. Allí en octubre hacen turismo reflexivo para visitar los coloridos bosques de arces. Espectáculo que Soria ofrece por un precio mucho menor, con igual despliegue, menos gente y mayor monumentalidad.

La visita a la Laguna Negra, en la serranía de Urbión, es sorprendente en un día soleado, pues la paleta de colores tiende a infinito, al que uno se acerca encaramándose en la alta pared glaciar de la que a un lado nace el Duero, y al otro el reguerillo del Urbión, que acabará en el Mediterráno, fusionado con el Ebro. Si en cambio se va en un día sombrío el alma se empequeñece y lo lóbrego del lugar justifica el poema en el que Antonio Machado sitúa el parricidio de Alvargonzález: «Hasta la Laguna Negra/ bajo las fuentes del Duero/ llevan el muerto, dejando/ detrás un rastro sangriento/ y en la laguna sin fondo, que guarda bien los secretos/ con una piedra amarrada/ a los pies, tumba le dieron». Don Antonio decía: «Soy hombre extraordinariamente sensible al lugar en el que vivo. La geografía, las tradiciones, las costumbres de las poblaciones por donde paso, me impresionan profundamente y dejan huella en mi espíritu». Había sido entrenado para ello , pues desde los ocho a los 14 años fue escolar de la Institución Libre de Enseñanza, singular academia que utilizaba las excursiones para troquelar el talante de sus instruendos, haciéndoles sentir el país en comunión con sus paisajes y sus gentes. Al procedimiento Aniceto Sela le llamaba 'traqueteo'. Con él Julián Besterio reconocía en 1932 «que nos hacía realizar empresas tal vez superiores a nuestras fuerzas, y cuya significación solamente hoy podemos comprender plenamente». Antonio Machado le sucedió en su cátedra soriana Gerardo Diego, que fija en la memoria otro hito constructivo del país. Esta vez lo encuentra en el cercano Santo Domingo de Silos, donde retrata en verso el ciprés que enhiesto preside el claustro románico del monasterio. Que se alcanza desde la nacional 234, siguiendo una angosta cinta ondulante que aprovecha el escobio abierto en las areniscas por el río Mataviejas, que da lugar a caprichosas formas telúricas a las que tintan de distintos colores árboles y surgencias.

Son lugares especiales, que la obra del tiempo ha convertido en elementos simbólicos del patrimonio memorial de una comunidad, algunos de cuyos miembros, de entrenada sensibilidad, son capaces de integrarse en ellos como una adherencia más, y así renuevan su sentido para formar comunidad. Hitos que, por ejemplo, encuentran en el paisaje de Termes, de presencia celtíbera y continuidad en la sofisticada ciudad que fue la Termancia romana, a la que siguen monumentos medievales y modernos hasta la actualidad. Paisajes con alma y leyenda, como los de la Salas de los Siete Infantes, reconstruidos por Menéndez Pidal en sus andanzas por Canicosa y el valle de Arabiana, que hoy el turista no industrializado podrá visitar sabiendo su honda profundidad, por muy vividos, encantados y cantados.

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