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Dado que los partidos políticos son 'expresión del pluralismo político', es por lo que no cabe excluir que sus respectivas ideologías experimenten, a través del tiempo, variaciones, reduciendo o aumentando su dosis de 'sinistrosis' o de 'derestrosis', naturalmente dentro del «respeto a la Constitución y ... a la ley» (art.6 CE). Hemos tenido que esperar muchos años para conocer algo que se ha ido produciendo en el Partido Socialista español, hasta que un brillante escritor y memorialista, como Franz-Olivier Giesbert, nos permitiera leer en su admirable libro titulado 'La Belle Époque', publicado en 2022, la interesante conversación mantenida el 24 de mayo de 1975 con ocasión de un almuerzo que ofreció el Presidente Miterrand al futuro Presidente del Gobierno español, Felipe González, al también presidente de Portugal, Soares, y al autor del libro que acabamos de citar, contenida en las páginas 141 y 142 de la mencionada obra. Miterrand, tras hacer una referencia a «la torpeza del comunismo francés», dio entrada al diálogo, subrayando que «el mejor medio para reducir la influencia electoral del Partido Comunista, era la unión de la izquierda». Tras la anterior afirmación, Felipe González manifestó que en España el Partido Comunista contaba «con un gran número de partidarios y si se lograse la unión de la izquierda, se correría el riesgo de que socialismo pudiera ser absorbido por el Partido Comunista». Miterrand, con cierto aire de escepticismo, preguntó al socialista español, «si verdaderamente no tenía otra solución», a lo que Felipe González respondió con rotundidad: «Sí, la tengo: la de configurar el Partido Socialista como un partido obrero, quitando así todo margen de maniobra el Partido Comunista. Así les asfixiará. Pienso que se puede eliminar inmediatamente al Partido Comunista, a condición de luchar ideológicamente contra aquel, poniendo de manifiesto que sus propuestas son ridículas, peligrosas y envejecidas». Ante estas afirmaciones de Felipe González, nos dio siempre la impresión de que en su pensamiento adquirieron mucha fuerza los principios derivados del Congreso socialista de Bad Godesberg de 1959, para preparar la campaña electoral de 1961, tendentes a dar rostro nuevo al socialismo alemán y convertirlo un partido del pueblo, es decir, «ni liberalismo burgués, ni un socialismo con un tinte marxista, penetrando así en las clases medias». Las orientaciones de aquel Congreso fueron, entre otras: aceptar el sistema de libre empresa, establecer una forma de vida que aplique los valores fundamentales, dejar a un lado la obsesiva fobia religiosa y respetar la propiedad privada, principios, todos ellos, que están recogidos en nuestra Constitución de 1978, en sus artículos 38, 11, 16.3 y 33.1, habida cuenta de que fue una Carta Magna de consenso. Por supuesto que no todos los socialistas alemanes aceptaron el camino iniciado en 1959 y, bien al contrario, algunos reforzaron su galopante 'sinistrosis marxista', creando con ello divisiones, que, en general, no dan buen resultado, y no aceptando una socialdemocracia, considerada como algo perverso por los comunistas y una herejía por ciertos sectores de la extrema izquierda alemana. Ya hace bastantes años que, en este mismo periódico, cité las palabras de Michel Crozier contenidas en su libro 'Estado moderno, estado modesto' en las que, refiriéndose a Felipe González, dijo que «trató de imponer a la izquierda española una política consensual, aprovechando la oportunidad que le dio su victoria electoral, para enterrar el pasado y la idea de una revancha largo tiempo esperada, tratando así de responder a las aspiraciones de los españoles favorables un desarrollo democrático, no partisano». Al día de hoy, las palabras de Crozier sobre la política que Felipe González pretendió llevar a cabo son suficientemente sugerentes para que se pueda reflexionar sobre ellas.
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