Puntos de vista sobre las inmigraciones masivas

Hay una razonable preocupación al ver día tras día la llegada a España de miles y miles de inmigrantes procedentes de África en embarcaciones destartaladas

Miércoles, 5 de febrero 2025, 01:00

El artículo 149,1, 2º de nuestra Constitución de 1978 establece que «el Estado tiene competencia exclusiva… sobre la inmigración».

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Cuando se lee este precepto se siente una razonable preocupación al contemplar día tras día, en la televisión, la llegada a los puertos españoles de ... miles y miles de inmigrantes invasivos, como ya se les designa en Europa, procedentes del continente africano, compuestos por hombres, mujeres y niños, en embarcaciones totalmente inseguras y destartaladas que ponen en peligro a sus ocupantes, como ya ha sucedido, de morir en la travesía y, por si fuera poco, en muchos casos desprovistos de documentación, certificados sanitarios y carentes de la más mínima referencia a su profesión. Todo esto da pie a que el hombre de la calle acumule una serie de puntos de vista sobre esta materia, como los siguientes:

Por una parte, se viene considerando que la integración social en España de este tipo de inmigrantes va a ser más que difícil, dado que su cultura es diferente, la religión distinta, así como las costumbres que nada se parecen a las nuestras y que puede asegurarse con grandes visos de acertar que cuando divisan nuestras costas no tirarán el Corán al mar, sino que seguirán siendo islamistas y lo que es peor, como decía Arturo Reverte, surgirá en ellos la 'oikofobia'; es decir, una especie de fobia hacia el entorno en que van a vivir, con los riesgos que ello lleva aparejado para el país receptor en cuanto al orden público se refiere, pues sus mezquitas aumentan en número y que a la larga puede suceder que, como hace muchos años dijo Delors, Europa y España –como parte de ella– «se transformarán en un objetivo político no identificado» que puede llevar a que las nuevas generaciones tengan que repetir las palabras del poeta alemán Novalis en su ensayo 'La Cristiandad o Europa': «Fueron tiempos bellos y resplandecientes aquellos en que Europa era un país cristiano, en que una cristiandad vivía en esta parte del mundo humanamente configurada; un interés comunitario unía las más lejanas provincias de este vasto imperio espiritual».

Habrá, sin duda, personas que piensen en que la creciente disminución de los nacimientos, el aumento constatable de los abortos y, cómo no, los suicidios asistidos llegarán a reducir la población de España, de tal forma, que sea necesario acudir a una 'inmigración de reemplazamiento', criterio que parecen compartir Bruselas y los empleadores.

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En nuestra España ha ido surgiendo una serie de susurros políticos que se inclinan a practicar una 'regularización' de los inmigrantes invasivos y ello por dos razones: una, que podríamos entender altruista, como muestra de nuestra hospitalidad, y otra, un poco más interesada, aplicando y utilizando con habilidad el dicho 'estómagos agradecidos', pues al llegar el momento de celebrarse elecciones los inmigrantes regularizados darán su voto al partido político que les hizo este favor cuando formaban parte del Gobierno y que le facilitará el éxito electoral en ciertos casos.

No dejarán tampoco de existir puntos de vista de los que consideran que estos inmigrantes podrán lograr algo que han deseado intensamente sin conseguirlo. Esto es, introducir en toda Europa un «multiculturalismo» que permitirá vivir en un nuevo Paraíso terrenal, en el que convivirían amorosamente las religiones, se respetarán las ideologías políticas y las tradiciones, y coincidirán todos en todo, como si fueran una sola persona, en el desarrollo tecnológico y económico, logrando así, eliminar la enorme distancia que hoy existe con el prójimo, consiguiendo la felicidad para todos. El que más y el que menos tendrá sin embargo la seguridad de que lo anterior constituirá solo una deliciosa utopía.

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No podremos tampoco evitar encontrarnos con ciudadanos desconfiados por naturaleza y desde su misma cuna que quisieran saber el contenido de ese 'do ut des' (te doy, para que me des) que les permitiría ver claramente qué es lo que da España para tener abierta sus fronteras y, por supuesto, lo que recibe con tal generosidad.

Y finalmente, el pueblo soberano, estaría más contento si se le diera a conocer qué personas, públicas o privadas, organizan estas inmigraciones invasivas y cuánto ingresan en sus cuentas corrientes o guardan en sus cajas fuertes tras haber realizado su trabajo, pues nadie es tan inocente como para creer que todo se haga 'gratis et amore'.

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