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Cuando, tras muchos años, se vuelve a leer el libro de Angel Ganivet titulado 'Idearium español', escrito en el siglo XIX, más de una vez hemos llegado a la conclusión de que la manera de hacer política en España no ha variado realmente en cuanto ... a la forma de pensar, sentir y obrar de nuestros hombres públicos, cualquiera que haya sido el tipo de gobierno existente, y nuestro país sigue siendo, dicho con palabras de Ganivet –magnífico observador y, por ello, digno de confiar en su criterio–, «una jaula de locos rarísimos, atacados de una manía extraña: la de no sufrirse los unos a los otros», y donde las ideologías se manifiestan mucho más a través de «ideas picudas» que incitan a la lucha que de «ideas redondas» que inspiran a la paz. La verdad es que diariamente podemos contemplar en nuestro Parlamento las miradas, los gestos y las palabras más de una vez subidas de tono de nuestros representantes, que diríase que se sienten obligados a disentir de cualquier propuesta que provenga del que erróneamente tienen por un enemigo irreconciliable.
El furor independentista persiste y tiende a extenderse, sin que tengan en cuenta nuestra Constitución –que «se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española»– los que desean el troceamiento del país para crear en cada una de las partes de su geografía estados diferentes de la España actual. E incomprensiblemente, pese a ello, a quienes intentan llevar a cabo un golpe de Estado para conseguir sus fines se les trata con espíritu cuasi evangélico.
Ganivet, hace más de 100 años, nos decía en este contexto que «en España se prefiere tener un Código muy rígido y anular después sus efectos por medio de la gracia». Tenemos, pues, un régimen anómalo, en armonía con nuestro carácter. Castigamos con severidad y con rigor, para satisfacer nuestro deseo de justicia, y luego, sin ruido ni voces, indultamos a los condenados para satisfacer nuestro deseo de perdón. Hay, sí, que luchar por que la justicia impere en el mundo, pero no hay derecho estricto a castigar a un culpable mientras otros escapan por las rejillas de la ley pues, con todo esto, se lleva a destruir la Constitución, resultando, así que «el castigo de unos y la inmunidad de otros son escarnio de los principios de justicia y de los sentimientos de humanidad a la vez».
A diario contempla el pueblo soberano, tan paciente como fiel contribuyente, que se extiende como una nube cada vez más oscura, cómo la política se practica a ras de tierra, sin altura de miras, sin lograr suavizar las lógicas diferencias ideológicas por miedo a perder seguidores y frenando así el 'progresismo' que algunos invocan día y noche. En el 'Idearium español', Ganivet hace referencia a la actuación de los políticos de su época, señalando que «se halla a lo sumo algún hombre hábil para efectuar la misión que se le encomiende; pero no se encuentra uno solo que vea y juzge la política desde un punto de vista elevado, o por lo menos céntrico».
No puede disfrutar Ganivet de lo que llamó «patriotismo silencioso», que tantos buenos resultados da cuando los hombres buscan ante todo elevar el nivel social, económico y ético de España, de manera sincera y no solo partidista. El brillante escritor que tanto amaba su 'Granada la bella' no puede por menos de decir: «Yo creo a ratos que las dos grandes fuerzas de España, la que tira para atrás y la que lo hace hacia adelante, van dislocadas por no querer entenderse y de esta discordancia se aprovecha el ejército neutral de los ramplones para hacer su agosto».
Cuando del interés nacional se trata, obliga a decir a Ganivet, proféticamente: «Ni la religión, ni el arte, ni ninguna idea, así sea la más elevada, puede suplir en la acción la ausencia del interés nacional, puesto que este interés abraza todas esas ideas, y además la vida total del territorio, su conservación, su independencia y su engrandecimiento».
Tristemente, si nuestra forma de 'hacer política' sigue así, va a ser más que difícil llegar a disfrutar de la 'democracia avanzada' de la que habla el Preámbulo de nuestra Constitución.
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