La ingobernabilidad de los españoles

El cambio debe consistir en reducir el individualismo feroz, aumentando el espíritu de solidaridad del que tanto se habla en la Constitución de 1978, practicando una política noble y tomando en serio el interés general sobre los ávidos intereses particulares

Martes, 29 de agosto 2023, 00:25

Que la sociedad española debe cambiar, es, sin duda, necesario en muchos aspectos. Pero no como lo desean radicalismos ya trasnochados, para llegar a imponer una 'militarización de las inteligencias' de los ciudadanos, de tal forma que todos piensen como se les ordene por quien ... tiene el poder en la nación. El cambio que se desea deberá consistir, bien al contrario, en dar los pasos necesarios para transformarse en un país gobernable, reduciendo su individualismo feroz, aumentando el espíritu de solidaridad del que tantas veces habla la Constitución de 1978, convenciendo a los que manejan las riendas del Gobierno de que no inicien su actividad haciendo tabla rasa de todo lo del anterior, ya que pueden existir cuestiones utilizables, y por ello, dignas de ser conservadas. Practicando una política noble, alejada de un maquiavelismo desaprensivo, no apresurándose a subirse el sueldo al día siguiente de tomar posesión en el cargo. Y, por supuesto, decidiéndose de una vez por todas a tomar en serio la importancia que tiene el interés general sobre los ávidos intereses particulares.

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La ingobernabilidad de los españoles es tema viejo. Ya la admitieron Jovellanos y Clarín. En cuanto al primero, basta con leer una de sus cartas a su hermano Francisco de Paula en 1784: «El genio del país no puede cambiarse y esa perpetua lucha de unos contra otros, ese devorarse por la envidia y los celos, a mi ver, es una de las cosas que hacen más ingrata su residencia a los que han vivido por acá largo tiempo». Y tampoco Clarín se engañó cuando en 1899 recordó a los españoles de su época que eran «poco menos que ingobernables, porque dejarse pisotear no es dejarse gobernar. Otras veces, somos ingobernables porque queremos declararnos en cantón a domicilio». Desafortunadamente, poco o nada ha variado, pese al largo tiempo transcurrido.

Cierto es que han cambiado muchas cosas: las costumbres y las modas, la familia, que está de capa caída; el concepto de equidad, decisivo para la solución de los más graves problemas y que ha sido sustituído por la llamada 'equidad cerebrina', que la hace depender de lo que cada uno tiene en su cerebro; los partidos políticos que se multiplican y en los que aparecen profundas brechas en su interior; la ocupación de los más altos puestos políticos por hombres y mujeres que se mantienen en ellos gracias a la 'teoría del espigón' que les sostiene. Y todo ello sin olvidar que también se crean nuevas formas de presentar el independentismo por parte de los que quieren trocear España, consistentes en sacar millones de euros a los Gobiernos de turno.

Es un tema viejo, que ya admitieron Jovellanos y ClarínAlgunos apelan a la 'estatura interior' que supone echar mano de la espiritualidad cristiana

Los más optimistas exhiben como divisa la que utilizó el Conde de Haro: «Unos arcaduces de noria, los más, llenos de males, y de esperanzas los otros», pues, eso sí, hay quien todavía conserva la esperanza, a pesar de que una vez más se acercan a la realidad actual las palabras de Quevedo con motivo de la muerte del conde dque de Olivares: «Tantas son nuestras desdichas/hecha España a padecerlas/que cosa en nuestro favor/aun vista no hay quien la crea».

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Ante este variado panorama, el pueblo soberano se pregunta, en más de una ocasión cómo es posible que tras unas elecciones generales los futuros y potenciales presidentes del Gobierno se apoyen para conseguirlo, en 'golpistas', de una parte, y de otra, en radicalismos de todo tipo. ¿Es que las malas compañías han dejado ya de ser malas, cuando se trata de hacerse con el poder político?

Constituiría sin embargo un error negar que todavía existen personas que piensan que la gobernabilidad de los españoles podría acercarse a lo deseado si se cultivase por los ciudadanos, la llamada 'estatura interior', que supone echar mano de la espiritualidad cristiana, que fue la raíz misma de Europa. Y aunque no sea nada fácil llegar a ello, al seguir manteniéndose como ciertas las palabras que pronunció D. Gumersindo Azcárate en el Ateneo de Madrid, a finales del siglo XIX: «Los poderes de lo alto se han debilitado y los que llevamos dentro de nosotros no han crecido bastante. No hay nada que nos gobierne y no hemos aprendido a gobernarnos a nosotros mismos».

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