La extraña España en que nos ha tocado vivir

No hay señales de medidas que permitan que la corrupción, al menos, se reduzca, con lo cual la ciudadanía va perdiendo la fe en algo tan importante en democracia como los partidos políticos

Jueves, 18 de abril 2024, 02:00

Para los que ya hemos alcanzado una edad canónica, la España de hoy, en que todavía vivimos y coleamos, nos entristece y nos hace recordar aquellos versos de Bartolomé Torres Navarro, en que describía lo que vio en algunos países de Europa en los siglos ... XV y XVI, y el ambiente que se respiraba en su época: «El mal va por bien, el aire por muro/ lo negro por blanco, lo turbio por claro/Lo sucio por limpio, lo torpe por bueno/ la ciencia por paja, doctrina por heno/justicia en olvido, razón desterrada/verdad ya en el mundo no halla posada/Derecho está mudo, reinando lo tuerto…»

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Pues bien, muchas cosas de las descritas por el que en una parte de su vida fue clérigo de la Diócesis de Badajoz, las contemplamos hoy en nuestra tan hermosa como sufrida patria y que en parte exponemos a continuación.

La corrupción ya no se practica individualmente, sino por grupos de personas enlazadas por extrañas relaciones que parece que han decidido seguir una conducta basada en dos principios: el primero, atribuido a Quevedo, «el que no roba no vive», y el segundo, citado por Torres Navarro, «el robar es pan bendito».

Pero lo verdaderamente lamentable es que cuando se producen este tipo de hechos y situaciones, se aprovecha políticamente para desacreditar al que los comete, que se consuela con el proverbial «y tú, más». Con lo que la vida sigue sin que se pueda advertir el menor signo que permita tomar las medidas adecuadas para que la corrupción al menos se reduzca, con lo que la ciudadanía va perdiendo fe en algo tan importante como lo son en una democracia los partidos políticos.

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La desconfianza del pueblo soberano aumenta por momentos al ver y oír que existen personajes políticos que ocupan los puestos más altos del Gobierno que nos dicen que la concesión de una amnistía a los autores del golpe de Estado del año 2017 es no sólo impensable, sino inconstitucional, y al cabo de pocos meses se muestran como defensores a ultranza de aquella, fundamentando el cambio de su manera de pensar en que ello contribuirá a lograr «la convivencia entre los españoles». Cuando desde el momento en que los autores de aquella tropelía salieron de la cárcel manifestaron a bombo y platillo que su propósito es luchar para que puedan constituir la soñada república independiente catalana.

No menos sorprendente es el rechazo de que pueden ser objeto los jueces que apliquen nuestro Código Penal a los golpistas y que los políticos exalten, bien al contrario, el diálogo y la negociación para resolver este tipo de cuestiones. Que, por cierto, se desarrollarán ocultando a los españoles lo allí tratado y decidido. Y por si fuera poco, celebrando tales conversaciones en el extranjero.

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La familia, cuya «protección social, económica y jurídica, aseguran los poderes públicos» (art. 39,1 CE) se resquebraja, existiendo proyectos en marcha para que se configuren nada menos que 16 clases de familia. Y entre ellas se incluye a los solterones que viven solos, sorprendiendo así al hombre de la calle, que no ha conocido más que la familia tradicional.

Las instituciones de más diverso tipo, poco a poco han sido puestas en manos de los más fieles a los gobiernos existentes.

En el Parlamento, se echa en falta hombres y mujeres realmente representativos y con altura de miras. Carecen de una oratoria digna del lugar en el que expresan sus puntos de vista y, con más frecuencia de la debida, a las preguntas de la oposición tienen la costumbre de no responder de manera clara, sino con un verdadero arte de salirse por los cerros de Úbeda.

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España pierde su unidad por momentos en los más diversos aspectos, como se advierte en que el castellano esté de capa caída, dando preferencia a las otras lenguas oficiales, reduciendo el tiempo de enseñanza del castellano en las escuelas o, en casos extremos , eliminándolo.

Ante todo esto, tendente a la pulverización de la patria, territorial y humanamente, resulta inquietante pensar qué será lo que les espera a las generaciones venideras en el año 2040, ante la palpable pérdida de los valores naturales, que no son ni sustituibles por otros creados a gusto del consumidor ni elegibles, precisamente por ser aquellos naturales.

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Una vez más, nos expuso Torres Navarro, situaciones que nunca debieran repetirse: «Que yo y otros vivamos a oscuras/huyendo virtudes, siguiendo locuras/loando lo malo, tachando lo bueno/lisonja en la lengua, maldad en el seno/ Las cosas más feas traemos en palmas/triunfan los cuerpos, mas ¡ay de las almas!

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