Nuestra sufrida España parece como si estuviese ya acostumbrándose a espiritarse de disgustos y sobresaltos con los casos de corrupción política, que se producen con más frecuencia de lo deseado y de la que son actores activos tanto tirios como troyanos, pues de todo hay ... en la viña del Señor. Y que no cuentan con la capacidad para ser conscientes de que los conflictos entre la moral y la política tienen también una repercusión negativa en las instituciones, pues para que estas puedan ser justas es necesario que sean justamente vividas por hombres que sean dignos.

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Más de uno nos preguntamos, cómo es posible que la corrupción se acerque ya a ser casi una enfermedad crónica, aunque no sea una novedad, pues bien puede decirse con nuestro Leandro Fernández de Moratín: «Poco menos, poco más/ que ya se ha visto en el mundo/desde los años de Adán».

Nuestros admirables escritores políticos de los siglos XVI y XVII ya se ocuparon de los malos pasos de algunos hombres públicos de aquella época, a partir fundamentalmente de Felipe III, que perdió la moral administrativa que su padre conservó con especial cuidado. La podedumbre política se extendió por todas partes y permitió decir a Palacio Atard, en su libro 'Derrota, agotamiento, decadencia en la España del siglo XVII', palabras como las siguientes: «Todo se vende: cargos públicos, dignidades… Por una cantidad respetable de dinero se puede adquirir un gobierno… El cohecho se pone a la orden del día, la dignidad no cuenta, ni siquiera en los más altos peldaños de la escala social». Y hablando de los hombres políticos, los califica de «aves de rapiña, sin moral ni vergüenza, su primordial ocupación en el Gobierno consistía en restaurar sus maltrechas fortunas, o acrecentarlas sin medida si no necesitaban repararlas».

Pese a ello, en el día de hoy no se debe ser tan pesimista como para pensar que no hay medios eficaces para hacer desaparecer o reducir la corrupción política, pues como veremos a continuación ya nos dijeron hace siglos la forma de cambiar una sociedad repugnante por una sociedad vivible, en la que los hombres puedan ejercer el noble arte de la política de manera diferente de como algunos la vienen ejerciendo en la actualidad, haciendo desaparecer poco a poco a los que en el viejo castellano se llamaban «cucos vividores».

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Veamos algunas de las recomendaciones que dieron nuestros escritores políticos a los gobernantes de su época. En ocasiones el laconismo es suficiente para poner muros a la corrupción: «Cuando la dignidad se da al indigno, tiene más de carga que de cargo», palabras inolvidables de López Bravo escritas en el siglo XVII.

Saavedra Fajardo, en su 'Idea de un príncipe cristiano', recordaba a los que hoy se llama presidentes de Gobierno que no diesen preferencia para nombrar a sus ministros o altos cargos a quienes «su principal habilidad era emplear sus malas artes para ejercer sus cargos, pues vulgar agravio es de la política el confundirla con la astucia, y que no se tenga por sabio al que más bien supo fingir, disimular, engañar». Mallea, en 1646, precisa las cualidades que debe tener el «ministro ideal», al exigir que «se deberá tener en cuenta sus méritos precedentes para conocer su trayectoria en el futuro y, por supuesto, no olvidar que tenga una actitud ética profesional y una vida laudable».

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De nuevo Saavedra Fajardo insiste en que «los ministros se deben elegir con gran cuidado, porque es menos feliz el reino donde un príncipe es malo que cuando lo son sus ministros». Furio Ceriol (siglo XVI) recomienda al Príncipe que «no se debe fiar de aquellos que tiene en su casa y corte, ni de aquellos que por oída conoce, aunque sean buenos y prudentes», sino que se debe informar muy bien «por vía de todos los medios», manifestando a la vez una tristeza profunda que le hace exclamar: «¡Qué de sujetos arrinconados que son dignos de subir a los mayores cargos! Y ¿por qué no suben? Porque el príncipe no los busca, ni tampoco sus ministros a quien incumbe esta obligación».

Quizá teniendo en cuenta estas observaciones y consejos de nuestros escritores políticos de siglos pasados, pueda ser posible cambiar la sociedad actual, pero bien entendido siempre con el fin de que los hombres políticos puedan ejercer su función de manera limpia y transparente y para impedir que aún podamos ver lo que vio también en el siglo XVI Antonio de Guevara, y que narra en su conocida obra 'Menosprecio de corte y alabanza de aldea' al decir: «Cuántos en las cortes de los príncipes, tienen oficios preeminentes, a los cuales en su aldea de cien vecinos no les hicieron alcaldes, o cuántos salen de las cortes hechos corregidores, a los cuales no les hicieron los labradores aun regidores, o cuántos se asientan en palacio a dar consejo, los cuales en la aldea no tendrían esto en consejo».

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