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Cuelgan violencia en las redes soñando minutos gloriosos, golpe a golpe, torta a torta, a base de víctimas, figurantes necesarios en el show del mundo virtual con efectos en el real. Confirma el valor de una rara ley: el exceso diluye cerebros y a más ... posibilidades, menos criterio hasta activar bombas de relojería de imprevisibles consecuencias. Es el fruto de un estilo que les hace creerse el ombligo planetario ante un coro que aplaude el exceso y amplifica hasta los confines cósmicos el mérito de partir la cara a quien nunca opositó a ello.
En el aula hablan de empatía, pero al salir de clase la viven a su modo, pintan pacíficas palomas, mas en la selva del recreo devienen pájaros de mal agüero, les hablan de respeto en casa pero el ocio desahoga y no está escrito cómo; la bronca libera la energía contenida. ¿Cómo entender que chavales de trece años se diviertan partiendo la cara a otro?, ¿qué placer supone acosar a la víctima?, ¿qué buscan exhibiendo su gesta, acaso tras redactar conmovedores textos por una guerra... lejana?. ¡Qué pronto asimilan el divorcio entre el discurso verbal y el curso de los hechos!.
Acaso madurar exija marcar distancias entre la palabra y el deber y los hechos y el ser y explica qué lejos queda la escuela -y demás instituciones educativas- de su vida, mostrando la volatilidad del mundo real a manos del gozoso virtual donde levitan. Sucesos como patear a otro confirman el éxito de una visión que considera la coherencia superada, porque cada contexto tiene su propia lógica; el viejo mundo es uno y su nuevo mundo otro, aquel acaba en la escuela o al salir de casa para adentrarse en su mundo, el submundo, a edificar el inframundo o viajar más allá... del bien y el mal a cambio de la fugaz fama... famélica. En fin, ahora entiendo, vídeos virales... por ahora, sin vacuna.
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