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Un libro es un objeto físico y perdurable, que también puede ser destruido como cualquier elemento material, y con su muerte simbólica siempre desaparecerá algo. El objeto no tiene memoria propia, por lo cual su historia se humaniza, al igual que humanizamos a los animales ... que conviven con nosotros, pero mientras a estos los vemos perecer, el libro, como la piedra, nos puede sobrevivir. Así podemos tener entre las manos algo que es anterior a nosotros, aunque seamos octogenarios. Es un objeto pequeño que no sabemos por las manos que pasará, por cuanto tiempo nos pertenecerá, los lugares que habitará, los ojos que lo leerán… Y lo mismo ocurre cuando el libro llega a nuestras manos ya con esos recorridos, entonces es algo que produce un extraño sobrecogimiento.
Quizás no hay que tener una idea demasiado romántica del libro-objeto-físico, y como el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, se pueden quemar los libros sin que por ello nos asimilemos a los inquisitoriales que los han arrojado a la hoguera pública. Desde la invención de la máquina de Gutenberg, lo fundamental del libro, que es su contenido, tiene difícil su desaparición, que ha aumentado con la tecnología, si bien lo ha hecho más volátil. Es el fracaso de esos pirómanos de los libros que no les gustan, que incomodan a los poderes, pues los peligros son otros más complejos y tienen que ver con los mercados. Además el libro no sufre ese convertirse en fetiche que se utiliza para la especulación que se produce en la pintura, como explica Walter Benjamin en 'La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica'.
Porque en el libro lo más importante no es el formato que lo contiene, sino el contenido y esto le hace resistir hasta contra los intentos autodestructivos de sus propios autores, como el Kafka pirómano de sus hijos literarios. Es la magia del libro-objeto, un traje circunstancial, que contiene lo que es importante, el conjunto de palabras que forman la obra. Es como un ser humano que obtuviese la inmortalidad gracias a ir de un cuerpo a otro. Y aunque lo fundamental sea ese ser incorpóreo, llegan a nuestra vida con un envoltorio incluso los libros electrónicos, que necesitan un dispositivo. Para los lectores más o menos habituales, hay una relación ambivalente y compleja entre los libros que se leen y el papel que ocupan en nuestra vida. Como le ocurre a la protagonista de la novela 'De nuevo, el amor', de Doris Lessing: «Pero, ¿acaso hay algo más extraño que la manera en que los libros que armonizan con nuestra condición o situación en la vida vienen al encuentro de nuestra mano?».
Cuando se acumulan décadas de lectura, surge una extraña sensación de caos y orden jugando a la geografía libresca, donde algún tipo de azar o como se llame, que no formaba parte de tú vida, de tu mundo, ajeno a tu cosmovisión, en otro momento sí lo hace. Como dice la protagonista de Doris Lessing: «Era extraño, pensó Sarah, que ella hubiera seleccionado el libro de una persona anciana: hubiera considerado que no tenía nada que ver con ella».
Soy de los que le gusta almacenar libros, incluso aquellos que no me interesan demasiado en un principio, lo cual llega a crear un problema de espacio físico. Y es esa fisicidad la que muestra la cultura y el pensamiento que los libros nos trasmiten, al igual que el amor necesita de la piel y la carne. Y como pasa con éste, las relaciones y percepciones son cambiantes en el tiempo y el espacio.
Al igual que le ocurre a la protagonista de Doris Lessing , sin saber en ocasiones por qué, aquello que estaba mudo, orillado, cobra protagonismo. No es necesariamente un libro que vaya a hacer historia, de nombre o autores famosos, clásicos. En algunos casos ocurre al contrario, son los que se salen de los lugares comunes y por las razones que sean llegan a nuestra habitación interior, que no es siempre la que habitamos. No se trata de que ese hablar de nosotros sea literal, puede ocurrir al contrario, los escenarios más lejanos, más ajenos a nuestra cotidianeidad, pueden ser los más reveladores. Estaban ahí, pero tú no los reconocías. Porque hasta los lectores más críticos no son ajenos a las modas y a las apariencias, a dar más importancia a lo que señala la portada, que a lo que hay detrás. Es la belleza, no como se entiende habitualmente, sino como explica el filósofo Byung Chul-Han: «Lo bello responde a la duración, a una síntesis contemplativa. Lo bello no es el resplandor o la atracción fugaz, sino una persistencia, una fosforescencia de las cosas». Es el camino machadiano, por el cual se tarda en llegar, pero que está ahí. Aunque vivamos en una sociedad liquida y fugaz, o quizás por eso precisamente, habrá libros para forjar una historia, que puede ser la nuestra.
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