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Tenemos un serio problema con la basura. Sin mencionar, para evitarnos el vértigo, las cifras de los desechos que somos capaces de generar, solo necesitamos echar un vistazo a nuestro alrededor y comprobar cómo vivimos instalados sin remedio en una rueda, en la que se ... consume para generar ingresos con los que seguir consumiendo y por el camino de ese círculo infernal vamos dejando los desperdicios: envases, residuos, basura. Los restos del naufragio de cada noche de fiesta producen espanto y nada se libra, ni el mar, ni la tierra, ni los ríos, ni los parques, ni las calles, ni la montaña.
Ni siquiera quienes nos empeñamos en reciclar todo lo reciclable somos capaces de evitar que nuestra huella humana, y por tanto destructora, contribuya a ensuciar este planeta, que ya empieza a estar ostensiblemente cansado de sus habitantes y reacciona como sabe y puede para intentar sacudirse, en defensa propia, a todos los que lo habitamos.
La basura lo invade todo, y el mundo ya es un inmenso vertedero de todo lo que nos empeñamos en producir mientras saqueamos los últimos recursos y acabamos con el agua, con el aire, con la vida.
Tenemos un serio problema con la basura invisible. Hemos llenado el aire de palabras que hieren, de insultos, de mentiras y de bulos. Es cierto que no es tan escandaloso a la vista como el paisaje después de una noche de fiesta en la playa, después de un botellón en el parque, pero sus efectos son tan devastadores como los plásticos y los residuos. La basura de la maledicencia, de las amenazas, del desprestigio. No se ve, pero es tóxico y mata como los residuos químicos y ensucia como los plásticos. Se formulan juicios sin saber, y se proclaman, se filtran vídeos personales y en lugar de entender que se trata de un delito, la gente encuentra muy razonable que se juzgue y se afee el comportamiento de quienes son víctimas y todo se explica con un que no hubieran sido tan tontos de haberlo grabado. Si se trata de una persona pública la veda está abierta para escarbar en cualquier aspecto, para juzgar sin compasión alguna, para entrar a valorar su apariencia, sus relaciones, sus decisiones o sus ideas. Pero nadie está libre de ese escrutinio, ni el anónimo adolescente que de la noche a la mañana verá expuesta su vida en cualquier red social, ni la chica que no se ajusta a los estándares de belleza y es vituperada y blanco de burlas, acosada sin piedad, ni la mujer que sufre la venganza del amante despechado que publica (y hay portales enteros en la web dedicados a ello) las fotos hechas en tiempos de feliz y confiada complicidad, cuando parecía que eso del amor era para siempre. Todos en cualquier momento podemos recibir el escupitajo del descrédito, de la burla, de la risotada amplificada y compartida. Y todo ello protegidos por el anonimato, por la frialdad de una tecnología a la que los indeseables han sabido encontrar la cara B.
Es una basura invisible pero sus efectos producen dolor y muerte. Tenemos un serio problema con la basura que asfixia el planeta. Y tenemos un serio problema con esos vertederos de la infamia en que a veces se convierten las redes sociales.
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