Recuerdos y palabras. Todo se vende. Todo se compra

A veces me regalan historias. Otras soy yo quien las descubre, entre los recuerdos que algunos ya no quieren y que acaban a la venta junto a mil objetos más de vidas pasadas

Viernes, 12 de enero 2024, 00:16

Queridísima, Amelia. Mi pena es muy grande y no la puedo disimular. Los momentos que estoy a tu lado son de gran alegría, pero separado de ti estoy que no me aguanto. ¿Y eso qué es, Amelia? Pues mucho cariño. Celebro que hayas pasado bien ... el día en Infiesto. Adiós, Amelia. Te quiere. Julio».

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Esto es lo que dice una de las cuatro postales que hace un par de semanas encontré a la venta en una tienda de segunda mano de la ciudad, donde suelo ir con cierta frecuencia en busca de vinilos. Las bandas sonoras son mi debilidad. Ese día me llevé la original de 'El Mago de Oz' y encontré, en una caja de madera, junto con fotografías, algún obituario y tarjetas vacías, cuatro postales que llamaron mi atención. Cuatro postales coloreadas en las que se podía leer una historia de amor.

Ya saben ustedes que, a veces, me regalan historias. Se lo he contado en estas mismas páginas. Otras, como en este caso, soy yo quien las descubre disimuladas entre los recuerdos que algunos ya no quieren y que acaban a la venta junto con mil objetos más de vidas pasadas. Algunas de esas historias también acaban en la basura. Cartas, retratos, libros y otros objetos desdeñados a los pies de un contenedor. Trastos que se pierden entre la lluvia y el viento a la espera de ser devorados por los dientes metálicos del camión; o, con un poco de suerte, tal vez, se pierdan en la cabeza de algún escritor que por allí pase y tropiece con ellos, pues los escritores siempre tenemos hueco, siempre, para una idea más.

Y escritores somos, me dijo el dueño de la tienda, quienes más valoramos y compramos este tipo de artículos. Los más interesados en conocer la historia, al presente, de Amelia y Julio. Los que pensamos que se merecen unas líneas al menos. Unas líneas que les hagan volver a existir más allá de las postales coloreadas con imágenes de jóvenes enamorados, hermosas doncellas cubiertas de flores y familias felices con trineo de nieve incluido, y les acerquen, de algún modo, a la vida de nuevo. Unas líneas. Un relato. Un libro o este artículo.

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«Anoche pasé un sueño de amor. Soñé contigo y excuso decirte que soñando no se puede dormir mucho, así que voy para la cama. Adiós, Amelia».

Las postales hablan de Oviedo, Avilés e Infiesto. Están todas firmadas por Julio y fechadas en Oviedo en 1915. Hay una de mayo y otra de agosto.

«Te despide este que te quiere y no te olvida nunca».

Desde que vi las tarjetas y las leí, me he preguntado qué le respondería Amelia. Eso no lo sé. No lo encontré. Sólo tengo las palabras de Julio. Y ahí es donde entra en juego la máquina creativa de nuestra imaginación. Todopoderosa, con ella podemos imaginar y crear, e incluso convertir en verdad, lo que queramos. Piensen. Imaginen. ¿Qué le respondería Amelia?

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Cinco euros vale cada postal. Si te las llevas todas, es más económico, claro. Si compras una caja, por ejemplo, donde no sólo viven los mensajes de amor de Julio, sino los de otros, sale mejor de precio. Palabras de amor, pero también de miedo, dolor, tristeza. Palabras de consuelo o de simple cortesía. Palabras escritas hace mucho tiempo, más de un siglo, que, por norma, se pierden. El dueño de la tienda me contó que ese tipo de objetos pertenecen a herencias. Le llaman los beneficiarios para vaciar casas enteras. Muebles, joyas, fotografías, cuadros y palabras. Todo se vende. Y todo se puede comprar.

Y llegados a este punto me van a permitir repetir lo que ya les he confesado otras veces en las que hemos hablado del asunto. No sé ustedes, pero yo no quiero ser un recuerdo de ese tipo porque no sé si habrá alguien, algún escritor loco tal vez, que quiera rescatarme de esa dura orfandad. Prefiero, entonces, el total olvido.

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