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Hoy se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Es un día importante para cualquier periodista, para mí, pero, desde hace años, me causa más dolor y tristeza que otra cosa. También me ocurre cada 24 de enero, San Francisco de Sales, nuestro ... patrón.
Tristeza desde que mi profesión se llenó de intrusos que se denominan a sí mismos periodistas, pero que no son capaces de diferenciar opinión –como este artículo que yo hoy escribo y ustedes leen– de cualquier otro tipo de texto periodístico como puede ser, por ejemplo, una noticia, un reportaje, un perfil o una entrevista. Cada día estoy más cansada de reivindicar y defender una profesión empeñada en dejarse enterrar.
Tristeza desde que la palabra 'comunicador' acompaña a cientos, tal vez miles, de personas que alguna vez han colaborado o colaboran con algún medio de comunicación. Eso les permite, al parecer –hay que ver qué grande es esta gente– añadir a su quehacer habitual la etiqueta de comunicador. Cuando lo veo, siempre me pregunto a qué se refieren exactamente. ¿Qué quieren decir?
Comunicador (RAE):
Que comunica o sirve para comunicar.
Dicho de una persona con una actividad pública: Que se considera capacitada para sintonizar fácilmente con las masas.
Supongo que aluden a la segunda parte de la definición, ya que la primera no tendría mucho sentido, pues una serpiente también se comunica; y una mosca. Imagino que se creen con la capacidad suficiente como para sintonizar con facilidad con las masas. Como un político, un cura, un actor de cine o Taylor Swift, porque las masas es mucha gente. Mucha. Demasiada –la estadística es testaruda– para cualquiera que lo que hace en realidad es hablar a unos pocos oyentes, telespectadores o lectores. Pero, quién sabe. Tal vez me equivoque. De hecho, con toda probabilidad la desacertada en este asunto sea yo, pues, al fin y al cabo, soy la que como periodista está en la parte más baja de la especial clasificación profesional que hoy en día tenemos en los medios de comunicación e información.
Primero, vamos a aclararlo bien, están los comunicadores, que son muchos. Cada vez más. Dentro de poco, de hecho, sólo quedarán ellos. Entiéndase que hablo de humanos y no de otro tipo de animales que también se comunican, pero no lo añaden a su ocupación. Tendría su gracia, no obstante.
Buitre negro: carroñero y comunicador en Monfragüe.
León: rey de la selva (eso dicen) y comunicador de la sabana.
Pero sigamos con la jerarquía. Luego estarían, por supuesto, no me olvido, los influenciadores y 'tiktokers'. ¿Qué sería de nosotros sin ellos? Detrás vendrían, no tengo claro cómo denominarlos, los cualquiera que tengan influencias, amigos y/o padrinos que les ayuden a entrar en un medio de comunicación para jugar a ser periodistas. Y por último, al final del todo, los periodistas.
Y sé lo que algunos de ustedes están pensando y me van a decir, y ya les respondo que sí, que tienen razón. Hay periodistas que no deberían llamarse así. Es algo que pasa en esta y en muchas otras profesiones. ¿O me van a decir que no hay fontaneros que no deberían considerarse tales? Y dentistas, médicos, políticos, abogados, limpiadores, carniceros, policías, etc.
Les decía que hoy se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa y quiero pedirles que se fijen, por favor, en quiénes son los que más la van a glorificar. Esta palabra es importante. No he escrito defender ni reivindicar. He escrito glorificar. Y es que, al margen de cuatro gatos que quedamos y que, aún cansados, nos empeñamos en defender –ahora sí: defender– una profesión que amamos, hoy los que más levantarán la voz en favor de la libertad de prensa serán precisamente aquellos que más la incumplen; que mancillan la profesión, que se autodenominan comunicadores y que confunden de forma constante opinión (su opinión) con la verdad.
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