La patria y el saxofón de Michael Brecker

La patria, en realidad, está en el corazón y en aquellos a los que queremos. Está en lo que hacemos y soñamos. En lo que perdemos. También en lo ganado. La patria no es un lugar ni una tela. No es una tierra o una raza

Viernes, 19 de enero 2024, 00:17

La idea de patria es complicada. Puede tener tantas interpretaciones como personas; tantos sentidos como pensamientos según las perspectivas culturales, filosóficas y/o políticas de cada uno.

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¿Qué es la patria? ¿Dónde reside? ¿Qué significa? ¿Para qué sirve? ¿Existe más allá del imaginario popular? ¿ ... Es un lugar o un sentimiento? Hay mil respuestas a su alrededor que van desde la tierra a la raza; desde la cuna al cielo. Desde la nada al todo.

Para mí, la patria no es un lugar. Es otra cosa. ¿Qué? Un sentir. La patria es el saxofón de Michael Brecker en 'Going Home', junto a Mark Knopfler, mientras por la ventana contemplo el faro de la ciudad y me parece que tengo, por unos minutos, el mundo a mis pies.

La patria es el calor del hogar y, en este caso, lo digo de forma exacta. El hogar como fogón. El olor del fuego. Castaño, haya, encina. La leña que se quema, su chispear, el humo y su calor. El hogar de la infancia. Fuego bajo de caserío alavés junto al que mi abuela me bañaba en un enorme balde. No hubo baños mejores ni más cálidos. O el fuego de otra casa, de otros abuelos, en la trébede, que se dejaba siempre encendido, en plena montaña lebaniega, durante las fiestas de Navidad. Por si la noche se hacía larga y había que bajar a la cocina. Allí estaba el fuego. Rojo. Ascuas.

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La patria es un abrazo. Una caricia. Un beso.

La patria es la cultura. Todas las películas que he visto; y las series. La música que me hace vibrar. La que me ayuda a construir historias y me da la mano cuando me caigo. Los libros que leo y he leído. Aquel primero que tanto me costó entender y ese otro que leí mil veces hasta dejar sus hojas como fino papel de fumar. Todos los que me han convertido en lo que ahora soy. Con mis defectos y mis virtudes.

La patria son las noches húmedas de invierno de vuelta a casa después de una jornada divertida de risas y bailes. Juventud. Humo de cigarros que se confundía con la niebla y te hacía sonreír porque esa niebla era tuya. Te pertenecía. O la lluvia que te recibía al bajarte del autobús que te traía de la universidad, cuando llegabas a tu pueblo; a tu casa. Casa. Eso es la patria.

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La patria es tu infancia a la caza de grillos por las campas cercanas al caserío de tu niñez o la captura de renacuajos en la fuente del pueblo. Mandar a tu tío que parara el 'moticultor' debajo de un enorme cerezo para coger las mejores, las más rojas y gordas, subida en lo más alto de la hierba cosechada en el estío. Cosechar esa hierba. Rastrillar. Aprender a usar el dallo. Corretear con los perros y mirar las vacas como ellas te miran a ti. Jugar al escondite en lugares donde tenías prohibido estar y descubrir que los cementerios esconden tantos secretos como los adultos.

La patria es saber que eres y no eres de un lugar. Que fuiste. Eso también. Entender que tu lugar de nacimiento o de vida actual no marca el trato que se debe dar a tu trabajo o a tu persona, aunque lo haga, pues juzgar es sencillo. Barato. Cómodo. Y entender que ser un apátrida, pues eso es lo que estas líneas significarán para algunos, también es la patria

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La patria, en realidad, está en el corazón y en aquellos a los que queremos. Está en lo que hacemos y soñamos. En lo que perdemos. También en lo ganado.

La patria no es un lugar ni una tela. No es una tierra o una raza.

La patria es el saxofón de Michael Brecker en 'Going Home', junto a Mark Knopfler, mientras por la ventana contemplo el faro de la ciudad y me parece que tengo, por unos minutos, el mundo a mis pies.

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