Ellas.
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Nosotras.
Parecemos una misma 'cosa', pero no lo somos.
Ellas no tienen voz, se la han quitado, como si sus pensamientos y emociones sólo fueran un eco distante que reside únicamente en su propia memoria. Existir sólo en el privativo recuerdo, como una prisionera ... de un tiempo extraño en el que no vives más allá de las paredes de tu imaginación. No tienen voz, se la han prohibido, y a veces pienso que quizá tampoco tengan lágrimas. Tal vez se las hayan robado o, peor, acabado. ¿Se pueden gastar las lágrimas? Creo que sí. Secarse como una flor que se olvida y, entonces, olvidar cómo llorar frente a esos dictámenes disfrazados de falsos preceptos religiosos que las deshumanizan y las matan. Así, su dolor se convierte en silencio.
Nosotras, desde nuestro occidente algodonado, tenemos voz y tenemos lágrimas, al menos en general. Podemos gritar. Podemos llorar. Pienso y escribo; pienso y hablo; pienso y lloro. ¿Tengo lágrimas suficientes para todas aquellas mujeres que ya no las tienen? No, probablemente no; como tampoco tengo bastante voz ni tinta para llenar todos los vacíos que su silencio deja.
Ellas.
Nosotras.
Parecemos una misma 'cosa', pero no lo somos.
Ellas no tienen rostro. Se lo han borrado casi por completo. Como si alguien se hubiera equivocado al dibujar y con una goma de borrar, una simple y anodina goma de borrar, pudiera limpiar el error. Pero ¿qué error hay que emendar? Yo no lo veo. ¿Ustedes lo ven? No, nadie puede verlo porque no existe. No hay error ni falta, pero se borra igual. Se borra, tacha, anula y suprime. Ya sólo quedan, con suerte, ojos que miran entre agujeros de tela. No hay pelo. ¿De qué color es el de esa mujer que camina deprisa, en silencio, siempre en silencio, silencio perpetuo, con un niño en las manos? El niño, varón, podrá ser muchas cosas. ¿Qué? Lo que le dejen, que no será todo lo que quiera, pero sí será más que ellas. Tampoco hay sonrisa. Ni la vemos ni se intuye. Quizá, como las lágrimas, se las hayan robado también. Manos, piernas, pechos, cuello, caderas, muslos, abdomen, brazos, cintura, pies... Nada. Vacío. Soledad.
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Nosotras. ¿Qué podemos decir ante no ser nada? Que somos alguien y que no somos un vano fantasma de colores oscuros que ya no puede ni gemir. No puede llorar ni cantar. No puede sonreír. No puede gritar. Nosotras tenemos entidad porque no somos cosas. Somos personas. Humanas. Mujeres. No un objeto, una fábrica de cría o un bulto informe que limpia, cocina y procrea sin mayor utilidad que la de servir para llegar a ser digna. Digna. Qué horrible definición. Qué sombrío calificativo.
Ellas.
Nosotras.
Parecemos una misma 'cosa', pero no lo somos.
Ellas, en Afganistán, no pueden hablar. Nosotras, aquí, podemos gritar.
Gritemos.
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