Es posible extrañar algo que aún no ha sucedido? Esa sería la pregunta que sigue al título de este artículo. ¿Se puede añorar un porvenir o una perspectiva de un mañana que todavía no ha acontecido y que quién sabe si ocurrirá?

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Normalmente, entendemos nostalgia ... como una «tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida» (DRAE). El anhelo por un pasado que ya no volverá junto con el deseo de revivir aquellos momentos que, de alguna manera, nos hicieron sentir completos; o quizá tan sólo felices y en paz, que no es poco en estos tiempos. Así sentimos la nostalgia y así hablamos de ella. De ahí vienen los nostálgicos (de toda clase) y de ahí viene también la añoranza, melancolía, pena o morriña. Sin embargo, existe una forma menos discutida de nostalgia que nos ahoga más que la común. Nos hace ser débiles, vivir apagados y transitar por el mundo en una especie de limbo mustio, extenuados por el hoy, sin acordarnos apenas del ayer y soñando de manera constante con un mañana –ese mañana que nosotros ya hemos vivido sin haberlo vivido en realidad– que nos tiene atrapados en un eterno purgatorio. Un tormento difícil de enfrentar porque, díganme, cómo resolver esa «tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada» (DRAE) si esta nace de algo que no ha ocurrido aún.

Nostalgia que se proyecta hacia adelante en lugar de hacia atrás. Curiosa sensación esta de extrañar algo que solo existe en nuestra imaginación, pero que, he aquí la paradoja, ya echamos de menos. Puede, lo sé, parecer una contradicción; si bien, es una inquietud común que aparece y prospera gracias a las expectativas y deseos que cada uno de nosotros albergamos en lo más profundo de nuestro ser y que, en nutridas ocasiones, nada tienen que ver con la realidad ni con la vida ni con el futuro que de verdad nos espera.

Día a día imaginamos porvenires perfectos y versiones de nosotros mismos que creemos que bien nos meceremos o bien alcanzaremos en algún momento. Futuros e interpretaciones plenas que además aparecen siempre acompañadas –la imaginación y el deseo pueden ser infinitos cuando se lo proponen– de éxito, felicidad, amor y realización personal sin límites. En consecuencia, si nosotros imaginamos y visualizamos –por lo tanto, en nuestra mente vivimos– esos momentos, es factible, sencillo de hecho, añorarlos aunque nunca los hayamos vivido de verdad.

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Soñamos con un mañana mejor, algo natural, pero que idealizamos y convertimos en dogma y en una realidad incuestionable. Una forma de esperanza distorsionada que transformamos en algo que merecemos. Esperanza por la que, como ocurre en algunos sentimientos de fe, nuestro hoy y nuestro paso por el mundo y la vida se torna una simple marcha pesarosa camino de un porvenir que creemos superior. Un futuro poetizado que nos corresponde y que mientras nos llega, mientras esperamos, ya extrañamos porque sentimos una especie de vacío y no por lo perdido, sino por lo que aún no hemos ganado.

Nostálgicos del futuro que, como aquellos fumadores de opio del ayer, prefieren soñar que vivir; buscar un futuro que, en nuestra mente, ya debería haber llegado.

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