Como apasionada de la prosa lírica, adornada y por lo común minuciosa, encontrarme por primera vez con la escritura despojada, en exceso minimalista de Haruki Murakami tuvo un primer impacto ciertamente chocante. Parecía que el japonés rasgara el papel con cada frase para revelar solo ... la esencia cruda de su narrativa. Así, dudé si ese estilo, esa prosa, esa forma de escribir tan sobria lograría capturarme de algún modo, pero lo hizo porque sentí que ese estilo era inherente a lo que las historias de Murakami quieren transmitir. Relatos que combinan de manera musical lo banal y lo fantástico, y trenzan un tapiz surrealista que esquiva los límites literarios convencionales.
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En su reino retórico, lo ordinario se vuelve extraordinario y lo extraordinario se confunde con la vida cotidiana. No hay fronteras entre la realidad y la imaginación, y lo inexplicable y lo corriente coexisten con naturalidad.
Una de sus características distintivas es su aprecio por la música occidental, que siempre está presente en sus textos. Por ello, a veces comparo su estilo con el de una canción. Su enfoque sería algo así como una melodía tranquila, muy suave, incluso lenta en ocasiones, que suena mientras se lee, que no distrae, para sumergirte de lleno en su paisaje literario. Personajes mundanos que se ven envueltos en situaciones caprichosas en las que los límites se desvanecen. Un universo narrativo en el que las certezas no son tales y las respuestas son dudosas. Incluso las respuestas a preguntas que ni siquiera nos habíamos planteado hacer. Un enfoque muy cercano al realismo mágico, pero sin el adorno al que este nos tiene acostumbrados.
Como decía, su prosa es como una canción. Una melodía dócil, pausada, con un estilo que fluye con una tranquilidad hipnótica, carente de aderezos, hasta que, de repente, llega un solo. Puede ser un solo de guitarra, de saxofón o de batería. Un solo que sirve como cambio de tono, un punto de inflexión, y que transporta al lector desde historias en apariencia comunes y triviales a mundos totalmente surrealistas. Solos que son los momentos en los que la melodía estalla y crea la brecha que permite transitar entre los diferentes universos del japonés. Entre lo real y lo fantástico; entre lo mundano y lo mágico.
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Murakami ha escrito novelas, ensayos y cuentos. A mí, personalmente, me gustan más sus cuentos porque creo que es donde se concentra su mejor esencia. Tiene la habilidad de condensar su hechizo literario en pequeñas dosis y su prosa, directa y sin ornatos, se percibe con más fuerza. Es más sencillo apreciar que lo asombroso, a menudo, se encuentra en lo usual, y que las respuestas que buscamos suelen estar en la soledad. Trata mucho la soledad. Quizá, de hecho, sea su tema principal. Habrá quien no lo crea así, pero para mí la soledad y la melancolía son los ejes de sus mundos, reales o imaginados.
Con todo, tanto si se es un fiel admirador de Murakami como si se es un recién llegado a su personal narrativa, su escritura tiene un innegable poder hechizante y es capaz de mostrar mundos que existen a la vez dentro y más allá del nuestro. Una manera de escribir donde lo inconcebible y lo estándar se entretejen en un reino literario único, surrealista, que ha dejado huella en la literatura actual.
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