Echo de menos los tiempos en los que no saber algo no era un pecado, sino un punto de partida. Tiempos en los que podías decir «no lo entiendo» sin que eso se interpretara como una debilidad. Además, se consideraba meritorio guardar silencio para escuchar ... y aprender, para crecer. No saber era el inicio, no el final.
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Echo de menos los tiempos en los que los moralistas y salvadores de sofá, tan abundantes en nuestros días, se quedaban precisamente en su sofá, sin altavoces ni pantallas desde las que lanzar lecciones vacías al mundo. Tiempos en los que la gente no necesitaba parecer experta en todo ni buscar la aprobación constante de cada uno de sus sentires, pues opinábamos menos y escuchábamos más. El silencio no se juzgaba, y observar y reflexionar tenían más peso que hablar por hablar.
Echo de menos los tiempos en los que la estulticia existía, por supuesto —siempre lo ha hecho—, pero no se convertía en espectáculo a celebrar ni mucho menos en poder material. Hoy, en cambio, parece que basta con parecer seguro de uno mismo para ascender hasta el cielo, incluso cuando no hay sustancia detrás de esa seguridad. Por no haber, a veces creo que no hay ni cierta agudeza mental, ni alma ni corazón. Nada.
Echo de menos los tiempos en los que el conocimiento era un camino que requería esfuerzo y paciencia, pero que se entendía como parte de un proceso que te ayudaba a mejorar. No se trataba de parecer inteligente, sino de serlo de verdad —intentarlo al menos—; de buscar respuestas y no de imponerlas. Eran tiempos imperfectos, claro esta, como en el fondo los son todos, pero en los que siempre había espacio para la curiosidad.
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Echo de menos los tiempos en los que no se ensalzaba y aplaudía la simpleza mental de tal modo que esta, al final, acabara gobernando con comodidad el mundo (literalmente); si bien, lo que más me apena y me hace pensar en un descalabro intelectual a nivel global de tristes consecuencias, no es la ignorancia en sí –pues esta siempre ha cohabitado con nosotros–, sino el orgullo y pasión con el que algunas personas se aferran a ella. Hoy, aquí, en este mundo nuestro en el que tanto ruido ahoga el silencio, de vez en cuando me pregunto si aún queda algún resquicio de esos tiempos… Tiempos muertos.
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