El olvido siempre me ha dado miedo y no me refiero solo al personal, que borra rostros, lugares y palabras, sino también al colectivo que condena historias importantes –o la Historia– al silencio y deja que se pierdan como si nunca hubieran existido en realidad. ... Alguna vez les he hablado del infierno y de las distintas concepciones que hay de él; pues, bien, yo suelo concebirlo como el olvido o, si lo prefieren, el olvido como el infierno. No imagino un lugar en llamas o empedrado de hielo donde las almas purgan sus pecados, sino un completo vacío bruno, como la noche más oscura, donde no queda nada. Ni luz ni aliento ni, por supuesto, recuerdo. Un sitio en el que uno no sabe por qué está ahí ni quién es. Nada.

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¿Se tendría quizá conciencia del propio olvido en ese lugar? Presumo que sí porque esa comprensión sería, precisamente, lo que lo haría insoportable; y no me refiero a una ausencia total de recuerdo, sino más bien a la vaga sensación de que algo importante se ha perdido para siempre. ¿Qué? Nunca podremos averiguarlo. Esa es la condena. Vagar en busca de algo que jamás lograríamos recordar porque el olvido es nuestro tormento. Quizá por eso me aterra de tal modo. Porque no es solo una pérdida; es una mutación. Algo se va, pero nunca del todo y, aunque no podamos recordarlo, su sombra continúa presente.

Así, el olvido es –con infierno o sin él– una condena silenciosa. Olvidar quiénes fuimos, a quiénes amamos, qué soñamos… Y también lo es olvidar lo que otros vivieron antes, como si el pasado no tuviera relevancia. Una condena que, en este segundo caso, si me lo permiten, diría que es merecida. Cuando se olvida a sabiendas no solo es un error, es una insensatez porque el pasado y todo lo que en él ocurrió sostiene el presente y nos llevará, además, a quién sabe qué futuro incierto.

Es verdad que a veces usamos el olvido como alivio, pero incluso entonces, lo que olvidamos forma parte de nosotros y nos moldea, puesto que somos tanto lo que recordamos como aquello que hemos borrado, bien sea a propósito o sin intención. Y no sé si es posible escapar del olvido, por lo que la última frase de este artículo quizá sea tan solo una ensalmo de consuelo, pero me gusta pensar que somos el eco de lo que fue, aunque no lo recordemos.

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