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Talcott Parsons, uno de los sociólogos más influyentes del siglo XX, y una debilidad para quien esto escribe, explicaba que una sociedad está compuesta por sistemas interrelacionados que trabajan juntos y que deben funcionar bien para mantener la estabilidad conjunta. Sin entrar en detalles ni ... perdernos en los imperativos funcionales de Parsons –adaptación, objetivos, integración y latencia–, a mi juicio en la actualidad estos sistemas fallan y eso nos hace ser una sociedad enferma.
Los sistemas no marchan ni se interrelacionan como deben, lo que rompe el equilibrio grupal. Cada sistema se pierde en su propio caos, sin obedecer a los objetivos comunes ni interactuar los unos con los otros para mejorar. Es decir, si recurrimos a la famosa parábola (ideada por el propio sociólogo) de que la sociedad es como un cuerpo humano y cada parte que lo compone un sistema necesario para, por ejemplo, pensar, sentir, respirar, caminar, alimentarse, reír, llorar, soñar, dormir, trabajar, no hacer nada, sobrevivir, etc. ahora mismo seriamos un cuerpo humano muy enfermo. Tanto que no sé si mutaremos o acabaremos por morir.
¿Y qué nos hace enfermar? Muchas y muy diversas cosas. Desde las constantes crisis económicas a los problemas ambientales; desde la insufrible polarización política y la falta de liderazgo hasta el mal funcionamiento de la integración social; desde el aumento de la desigualdad a los conflictos sociales o la pérdida paulatina pero incesante de valores y motivaciones culturales, así como de confianza en las instituciones. Todo esto, que sólo es una pequeña lista pues podría escribir mucho más, son infecciones que nos enferman y a las que no somos capaces de hacer frente. Algunos porque no quieren, no les conviene, y otros porque no podemos. No tenemos las herramientas adecuadas y tampoco un modo de hacernos con ellas.
Esto ha ocurrido desde hace siglos, pero en nuestros días esta situación –por llamarla de un modo menos dramático– se agrava por la apatía generalizada que sentimos ante estos errores sistémicos mientras no nos afecten de manera directa. A la larga nos atañerán igual, pero como los trastornos ocurren de manera gradual, poco a poco, se nos facilita la negación y la minimización del impacto. Somos, piénsenselo, como la rana que se cuece lentamente en agua calentita sin darse cuenta de que será la cena de alguien.
Parsons nos facilitó ya en su momento un marco teórico plausible para entender los fallos sociales y hoy nuestra sociedad presente los acumula a cientos, si no a miles. Fallos que en nuestra mano está solucionar. Siempre lo ha estado en realidad, pues cuando se habla de sistemas y de partes de un sistema, nosotros somos ese sistema y esas partes. No somos algo externo e impropio. Es verdad que podemos quedarnos dentro de la cazuela, al calor del agua, sin percatarnos (a sabiendas o no) de que seremos parte del banquete de otros —siempre habrá otros—. Nadie nos lo impide ni nos obliga; si bien, también podemos saltar fuera de la cacerola e intentar sanar un cuerpo colmado de excesos, enfermo y, en algunos casos, prácticamente muerto.
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