El arte de esperar ha muerto. Parece haberse desvanecido en el olvido. Nos hemos acostumbrado a obtener lo que queremos, ya sea comida, entretenimiento o información, de inmediato. Ahora. Ya. Necesitamos respuestas rápidas y soluciones urgentes, por lo que la paciencia es una virtud que ... agoniza. Sin embargo, justamente por eso, por su pobre existencia, para mí el arte de saber esperar es más valioso que nunca. Un tesoro. En este momento en el que la rapidez es la norma, la pauta a seguir, detenerse un minuto a esperar es un acto de pura rebeldía. Una manera más profunda de existir, porque si corremos mucho —es algo que pienso con frecuencia— vamos a llegar demasiado pronto al final.
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Esto lo digo, también es cierto, no voy a engañar a nadie, con las gafas de escritora puestas, por lo que tal vez mi opinión a este respecto no sea objetiva del todo. Porque si hay algo que cualquier buen escritor debe tener es paciencia (los malos también, pero estos no suelen necesitarla). A veces infinita. Paciencia mientras se crea, escribe, corrige, lee, tacha y tira. No imaginan la gran cantidad de palabras que desaparecen de un texto y la gran cantidad de ellas que se piensan y nunca se escriben. Se quedan sólo en la mente e imaginación del autor y nunca pasan al papel. Son ecos, fantasmas de lo que pudo ser y no fue. Ocurre igual con ideas, escenarios o personajes que jamás llegan a ser o existir más allá de la fantasía de quien los concibe, para morir antes siquiera de convertirse en realidad.
Paciencia mientras se esperan llamadas, mensajes o cartas –aún hay quien prefiere la correspondencia escrita–, tanto positivas como negativas, sobre mil y un aspectos de tu trabajo. También silencios que, a menudo, son más elocuentes que las propias palabras, y más abundantes. A eso también estamos muy acostumbrados. Podríamos considerarnos, realmente, coleccionistas de silencios, nombre que no me disgusta en absoluto. Considero que coleccionar silencios es, de hecho, algo hermoso. Una forma de entender lo no dicho.
Por eso les decía que tal vez no sea objetiva con este asunto, porque para mí el arte de esperar es el arte de vivir y mantenerse cuerdo; el arte de no caer ni sucumbir; el arte de sobrevivir en un mundo, el de las letras por ejemplo, cada vez más enturbiado y lleno de estrellas, la mayoría fugaces, pero con mucho brillo, que lo acaparan todo, hasta la paciencia. Y las estrellas no esperan. Nunca lo hacen. Pasan antes; pisan antes. Los demás sí esperamos. Coleccionamos esperas como coleccionamos silencios. Es un ejercicio de resistencia y confianza porque esas esperas de las que otros no quieren saber nada, nos hacen descubrir nuestra auténtica fortaleza.
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Es verdad que, durante la colección de silencios y esperas, las emociones van y vienen como lo hacen las mareas, lo que hace que tiemble el suelo que pisamos y dudemos de nuestras decisiones, así como de nosotros mismos; si bien, opino que la paciencia en un mundo obsesionado con la inmediatez, con el lo quiero todo y lo quiero ya –y además, a ser posible, sin esforzarme demasiado–, a la larga, será beneficiosa para aquel que haya sabido cultivarla y conservarla. Lo será porque el mundo gira y el mundo cambia, pero la paciencia nos provee de las armas necesarias para resistir tormentas.
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