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Cada decisión que tomamos aleja otras posibilidades y deja atrás caminos que ya no recorreremos. Así, también ahuyentamos versiones de nosotros mismos que nunca llegaremos ... a ser. Vidas que no vivimos ni viviremos sobre las que, a veces, me pregunto si desaparecen por completo o se quedan flotando en algún rincón de la memoria para recordarnos lo que pudo haber sido y no es.
Otras, lo que me pregunto —como imagino que también harán ustedes— es qué habría pasado si hubiera tomado algunas decisiones de un modo distinto; si hubiera elegido otros lugares, caminos, momentos y personas; si hubiera dicho sí en lugar de no, o al revés. Me pregunto si en algún sitio, en alguna parte de mí que no alcanzo a ver, continúan existiendo esas posibles versiones de mi vida como si fueran una suerte de fantasmas que me acompañan sin que yo me dé cuenta.
Esto no es nostalgia; tampoco arrepentimiento. Es, quizá, entender que cada elección que hacemos, por pequeña que esta sea, por nimia que se nos antoje, nos define. Lo hace tanto por lo que somos ahora como por lo que seremos y, en consecuencia, por lo que dejamos de ser. Es inevitable, aunque también es algo que, en ocasiones, cuesta asumir porque aceptar lo que no fuimos ni seremos no es fácil. De hecho, para algunas personas es como una deuda que el destino tiene con ellas. Como si la vida les debiera todas esas oportunidades que no supieron o no quisieron ver. Se sienten mal y, por eso, en lugar de admitir su realidad, regresan a tiempos o instantes concretos en los que creen que todo podría haber sido distinto, pero ¿lo sería?
Yo creo que debemos ser justos y que debemos hacer las paces. ¿Con quién? Con nosotros mismos. Con lo que somos y, sobre todo, con lo que no somos ni seremos. Hacer las paces con todas las puertas que no cruzamos y los trenes que decidimos (con independencia de los motivos que nos llevaron a ello) no coger, pues no podemos vivir en guerra con lo que no pasó. Menos aún con la sombra de lo que pudo ser, puesto que ¿cuánto de real y cuánto de imaginado hay en ese 'pudo ser'? Al final, la vida no es lo que imaginábamos —nunca lo es–, pero nosotros tampoco.
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