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Son tiempos fértiles para las mentiras. Tiempos propicios en los que crecer y multiplicarse les es sencillo. Pueden así estas patrañas, de patas ya no tan cortas, crear una auténtica red de farsantes profesionales. Mentiras que, no nos engañemos, siempre han estado ahí, en la ... sombra, bien alimentadas por el miedo y la incertidumbre. Estos dos elementos, y alguno más pero a mi juicio menos importante, son su esqueleto. Su razón de ser y desarrollarse; su razón de vivir. Si bien, lo que llama la atención es que por absurdas y ridículas que estas sean, existe toda una hueste de personas que las defiende con una perseverancia pasmosa.
Mentiras que ganan adeptos en una proporción que desborda toda lógica. Conspiraciones, conjuras, confabulaciones, complots… A ver si encuentro una palabra que no empiece por 'c'. Por ejemplo, intrigas. Lo cierto es que es complicado. Lo de las palabras sin 'c', quiero decir. Prueben ustedes a buscar sinónimos de conspiración. Ya verán como la 'c' es la dominante. Quizá tenía que haber buscado equivalentes a mentira. Esta palabra, a pesar de lo que lleva y trae consigo –que no es poco ni bueno en la mayoría de los casos– tiene muchos y más variados sinónimos o parecidos como son embuste, falsedad, patraña, infundio, falacia, calumnia, falsificación, etcétera.
Antes, quienes se aferraban a estas suposiciones falsarias, lo hacían en su mayor parte por ignorancia y/o desconocimiento; sin embargo, ahora, a pesar de que saben –porque la mayoría lo sabe, estoy convencida de ello– que no tienen ningún fundamento real, eligen no dar su brazo a torcer y obstinarse con estas ideas como si la vida les fuera en ello. ¿Por qué? Porque a sus ojos son como un flotador al que agarrarse para intentar huir, aunque sea imaginariamente, de una existencia que no les gusta y les ahoga cada día. Son conscientes de que lo que defienden es mentira, pero obran de este modo porque –esto se llama negación activa– lo que hacen en realidad, su mente lo hace, es defenderse. Así, niegan sensaciones y hechos dolorosos porque es mejor aceptar una mentira benévola que una verdad hiriente. Por lo tanto, hay quienes no creen realmente las mentiras que defienden, pero las prefieren a una verdad que puede ser incómoda; a una visión del mundo que les desafía.
A su vez, esto es de igual forma importante y no se debe olvidar, la creencia colectiva en una mentira concreta o en una conspiración ofrece algo tan instintivo y viejo como la pertenencia a un grupo, aunque este grupo esté conformado por tipos con mucha labia y pocos escrúpulos; o con pocos escrúpulos, labia la justa y discernimiento más bien plano. Eso sí, todos con una única y simple visión del mundo: su mundo.
Narrativa gregaria. Así lo denomino. Un relato que te permite formar parte de la manada. Uso esta palabra, manada, con toda intención ya que, si se fijan, para diferenciarse del rebaño –que somos el resto–, ellos son la manada. Muy evangélico el asunto. Son así grupos antediluvianos (intelectualmente hablando) con cabecillas que responden al papel de macho alfa con la testosterona disparada y que recuerdan a tiempos viejos, muy viejos. Esto lo explico siempre desde una perspectiva intelectual. Narrativa gregaria que se asocia al éxito y al poder, donde los roles conocidos no son cuestionados y donde los miembros se sienten rebeldes, pues sus ideas están en contra del sistema. Es una rebelión construida en base a una mentira que funciona y ya no exclusivamente sobre mentes ignorantes o incultas, sino sobre cualquiera que esté pasando por un mal momento, pues su alimento es, como he dicho al inicio de este artículo, la incertidumbre y el miedo. La narrativa, por lo tanto, es más importante que la verdad.
Podría citar a Göbbels, que de la mentira sabía mucho, para terminar este artículo, pero prefiero a Dostoievski en su novela 'Los hermanos Karamazov': «El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir la verdad dentro de él y por tanto pierde todo respeto por sí mismo y por los demás».
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